El radar de la naturaleza
21 de octubre de 2014Los osos polares montados en trozos de hielo a punto de derretirse son el símbolo global más visible del cambio climático. Pero otra imagen igual de significativa se puede encontrar, según científicos, en las rocosas laderas del río Gorge, en Columbia, Estados Unidos.
La ochotona, un animal que parece un pequeño conejo peludo con grandes orejas de ratón, habita en altas latitudes, donde la temperatura es muy baja y no suele llegar la mano del hombre. No obstante, para esta pequeña criatura de denso pelaje muy sensible a las fluctuaciones de temperatura, el cambio climático está resultando una amenaza letal. Los roedores están en continuo movimiento hacia laderas más altas, en busca de climas más fríos.
“El clima es sin duda el factor más decisivo en la reducción de la población de ochotonas”, dice Erik Beever, ecologista en el centrode estadísticasUS Geological Survey, que lleva investigando el caso de las ochotonas durante más de 20 años. “Estamos viendo cambios incluso en lugares donde el hábitat no cambia o en lugares muy remotos”.
La intolerancia a las altas temperaturas hace que la ochotona sea el espécimen perfecto para el estudio de impacto del cambio climático en los ecosistemas: un ejemplo de “especie indicadora”. El término se refiere a organismos biológicos cuya presencia, ausencia o abundancia refleja una condición específica en el entorno natural, ya sea polución, enfermedad o cambio climático. El estado de salud general de la especie indicadora es una señal del estado de salud general del ecosistema.
“Las ochotonas son un indicador prematuro de cambio climático, en el sentido de que nos indican los cambios que podemos esperar observar en otras especies más adelante”, añade Beever sobre el pequeño mamífero, que también se puede encontrar en los climas más fríos de Europa del Este y partes de Asia.
Escoger el indicador correcto
Las especies indicadoras, como la ochotona o las famosas tortugas loras que viven en el Golfo de México, proporcionan a los investigadores información sobre los tipos de cambio que están teniendo lugar en un ecosistema, y pronostican sus futuras tendencias. Esto hace que sean una valiosa herramienta de investigación y monitoreo.
No obstante, escoger el indicador correcto no es fácil. Siempre es difícil que una especie en particular sirva como indicador para el resto, puesto que cada especie responde a los cambios en su entorno a diferentes ritmos, y a través de diferentes mecanismos, según Beever. “Desde la investigación en paleohistoria hasta lo que está pasando hoy día, siempre observamos que las especies responden de forma diferente a las fluctuaciones climáticas”, añade.
Lo que sí resulta fácil es que los científicos escojan la especie “incorrecta” como indicador, dice Richard A. Snyder, Profesor de ecología en la Universidad de Florida del Oeste, especialmente cuando tienen la falsa creencia de que la causalidad equivale a la correlación.
Por ejemplo, antes se creía y publicaba que la reducción mundial en la población de ranas era un indicador del cambio climático. Sin embargo, al investigar el tema más en detalle, los científicos descubrieron que la reducción se debía a una serie de factores que variaban según la región.
“Hay que tener cuidado”, dice Snyder. “Siempre es mejor no elegir solo un indicador, sino tener múltiples líneas de investigación a mano”. Los expertos coinciden en que las especies indicadoras deben ser escogidas con un detallado estudio de lo que se está indicando, lo que ello conlleva, y cómo esta especie en particular se relaciona con las demás en el ecosistema.
Indicar el cambio a través de la ausencia
Algunas especies son ideales para estudiar como especies indicadoras en base a su abundancia. Para la mayoría de mamíferos, el porcentaje de detección en su área geográfica está entre el 16 y el 40 por ciento. Pero las personas que visitan un hábitat de ochotona tienen muchísimas posibilidades de avistarlas correteando sobre las rocas: su porcentaje de detección es del 90 por ciento. “Son tan detectables que es mucho más fácil y barato trabajar con ellas que con otras especies”, dice Beever.
Pero algunos organismos actúan como indicadores en base a su ausencia. Por ejemplo, el liquen, un organismo compuesto que surge de algas ocianobacterias. A menudo se puede ver en la tierra, troncos de árboles o tejados por todo el mundo. El liquen extrae nutrientes del aire para alimentarse, y por ello, cuando deja de observarse, suele ser una señal de contaminación en el aire.
“Las especies indicadoras son una forma de obtener información sobre el entorno, y para cualquier esfuerzo de conservación, primero hay que obtener información para poder tomar decisiones”, dice Snyder. “En el caso de cualquier especie, cuanta más información tengamos, mejores decisiones podemos tomar”.
Parte indispensable de la cadena alimenticia
Además de servir como importante señal de cambios en el entorno, las especies indicadoras a menudo juegan papeles indispensables en la cadena alimenticia, desde depredadores primarios a principales productores.
“Un ejemplo típico son poblaciones pequeñas de especies depredadoras que, no obstante, mantienen las cifras de herbívoros en niveles moderados a través de la depredación, moderando así su impacto en la flora local”, escribe Trevor McIntyre, del Instituto de Investigación sobre Mamíferos en la Universidad de Pretoria, en Sudáfrica.
El leopardo de las nieves, uno de los principales depredadores de la cadena alimenticia de las altas montañas de Asia Central, es un buen ejemplo. Ayuda a mantener el ecosistema equilibrado alimentándose de las poblaciones de marmotas, especie capaz de degradar las laderas de las montañas y su vegetación si su población crece demasiado.
No todas las especies indicadoras tienen papeles tan importantes, dice Beever, pero en el caso de aquellas que sí lo tienen, su abundancia de ejemplares tiene un efecto desproporcionalmente grande en el entorno. Por ejemplo, las ochotonas pueden ejercer de “ingenieras del ecosistema” cambiando tanto la composición y cantidades de especies vegetales como la distribución de nutrientes en los alrededores de su hábitat.
Ayuda contra la contaminación
Asimismo, las especies indicadoras también pueden colaborar en los esfuerzos para reducir los niveles de contaminación. Un ejemplo de ello es la almeja coquina: tras el vertido de petróleo en la plataforma petrolífera Deepwater Horizon en 2010, los científicos descubrieron ejemplares de esta almeja en las costas de Pensacola, Florida. Según observaron, los moluscos eran capaces de absorber el tóxico hidrocarburo aromático policíclico (PAH) en mayores concentraciones y niveles que las partículas de arena que las rodeaban.
Como resultado, las pequeñas almejas ayudaron a monitorear los niveles de contaminación en las costas, según las conclusiones de varios investigadores publicadas en la revista Marine Pollution Bulletinel pasado mes de junio. Los moluscos son capaces de adaptarse a productos químicos muy potentes, e incluso se pueden encontrar en mayores concentraciones en zonas donde se haya vertido petróleo, puesto que se alimentan de bacterias que crecen en áreas contaminadas.
“Si lo único que vemos son las especies tolerantes a la contaminación, está claro que la situación no es buena”, dice Snyder, que es también uno de los autores del estudio. “Somos conscientes de que estamos observando un impacto importante, no solo un cierto nivel de estrés natural en el entorno”.
Autora: Rachel Stern (LAB/EL)