Hostigamiento en la frontera mexicano-estadounidense
5 de abril de 2017La joven funcionaria del control de fronteras nos mira incrédula. "¿De dónde vienen? Qué hicieron en México?”, pregunta reiteradamente, mientras revisa nuestros pasaportes. "Somos periodistas. Regresamos de Matamoros, donde entrevistamos a un hombre de negocios sobre las ventajas y desventajas del NAFTA”, responde el camarógrafo de DW Florian Kroker.
La funcionaria parece desconcertada e insegura. Llama a un colega que, tras dar una mirada a nuestros pasaportes, nos conmina a dirigirnos a un estacionamiento. En un instante, nuestro auto arrendado se vio rodeado por otros guardias de fronteras. "¡No se bajen!”, ruge uno de ellos. Le explico que somos corresponsales venidos de Alemania y que tenemos una acreditación para Estados Unidos. En lugar de responder algo, nos ordena esta vez bajar del auto y acompañarlo.
Órdenes en lugar de explicaciones
Pocos minutos más tarde nos encontramos en el interior del puesto fronterizo. Cuento 10 guardias, la mayoría de los cuales parece tener origen latino. Entre ellos hablan castellano. Nos registran. Nos dicen que saquemos el dinero de nuestras billeteras. Tenemos que entregar todo lo demás, incluyendo los celulares. Una uniformada me hace pasar a una pieza contigua. "Celda número 3”, leo en el letrero de la puerta. Me dice que me siente. "¿Estuvo en Afganistán?”, pregunta. Le explico que hice allí un reportaje sobre una unidad estadounidense que capacita a soldados afganos. "¿Cuánto tiempo hace que trabaja para ese medio? ¿Cómo era que se llamaba? Deme la dirección y el número de teléfono”. La mujer es amable pero muy tajante. Quiere saber más datos personales y laborales. ”Usted estuvo en Irak. Valiente. No suelo ver pasaportes como el suyo. Quizás debería trabajar en un aeropuerto”, dice, y sonríe.
"Pensamientos suicidas”
Al terminar mi interrogatorio, Florian Kroker es llevado a otra habitación. Un guardia de apariencia desconfiada lo interroga. Le plantea una y otra vez las mismas preguntas, sobre los viajes de Florian en el marco de su trabajo para DW y las grabaciones en México. Vuelve a preguntar, tratando de encontrar contradicciones. Cuando abandona brevemente la pieza, otro guardia se asoma y le pregunta al camarógrafo. "¿Deberíamos quitarle el cinturón?” "¿Por qué?”, quiso saber Florian. Respuesta: "Bueno, lo tenemos detenido aquí y quizás esté desesperado. ¿No tendrá pensamientos suicidas, o sí”?
Ha transcurrido entretanto casi una hora y media y todavía no sabemos por qué se nos retiene. Florian permanece en la sala de interrogatorios, yo afuera, sentada en un banco. Escucho a unos guardias murmurar: "¿Tenemos algo? "¿Qué hacemos con estos dos?” Lentamente comienzo a ponerme nerviosa y a enojarme.
"¿De qué se nos acusa? ¿Qué se supone que hemos hecho?”, le pregunto al uniformado que interrogó a Florian. "Si hubieran hecho algo, estarían en una verdadera celda”, responde.
De pronto, inesperadamente, nos devuelve los pasaportes. "Pueden irse”, dice lapidariamente. Quise saber qué significaba todo esto. "Nada especial. Es el procedimiento estándar”, afirma alzándose de hombros.
Regresamos al auto, nos cercioramos de que no faltara nada y partimos. "Quizás están tan nerviosos porque Matamoros es conocido por el narcotráfico”, presume Florian Kroner. "Quizá fue por los múltiples timbres en nuestros pasaportes”, supongo yo. O, simplemente, no les gustan los periodistas.