El vacío tras Arafat
4 de noviembre de 2004La figura de Yaser Arafat tiene el tinte trágico de los hombres que se convierten en símbolo. Arafat ha sido por décadas justamente eso: el símbolo de la lucha de los palestinos por la autodeterminación. No obstante, desde el punto de vista político hay mucho que se le puede criticar: no haber logrado frenar la violencia, no haber hecho lo suficiente contra la corrupción y, sobre todo, no haber permitido que a su alero se forjara un nuevo liderazgo que garantizara una sucesión clara.
Optimismo europeo
Desde que la muerte comenzó a rondarlo se abrió, en consecuencia, un inquietante vacío, peligroso ante la explosiva situación imperante en el Medio Oriente. El sucesor legalmente previsto es el presidente del parlamento, Rouhi Fathou. De acuerdo con las normativas de la autonomía palestina, a él le correspondería organizar y llevar a cabo nuevas elecciones en un plazo de 60 días. Pero Fathou carece del peso político necesario para tomar un timón que también otros aspiran a asumir, como el primer ministro Ahmed Kureia y su antecesor, Mahmud Abbas, conocido como Abu Mazen.
La Unión Europea, ya bien entrenada en el ejercicio del optimismo obligado en cuestiones relativas al Medio Oriente, asegura no temer ese vacío de poder. En cambio, anunció hace un par de días que redoblará sus esfuerzos por reflotar el plan de paz, con un programa de cuatro puntos. Éste incluiría un refuerzo de las fuerzas de seguridad palestinas, el apoyo a las reformas, la ayuda para la celebración de elecciones en las regiones autónomas y la continuidad de la ayuda internacional a la Autoridad Nacional Palestina. Los europeos apuestan ahora a la carta de la retirada israelí de la Franja de Gaza, como primer paso del proceso previsto en la Hoja de Ruta, que ha de conducir al establecimiento de un Estado palestino independiente.
Camino incierto
Yaser Arafat, en todo caso, ya no lo verá. Y nada permite presagiar que sin él al frente el camino pueda transitarse con mayor agilidad, como sostenían los gobiernos de Israel y Estados Unidos desde mucho antes de que enfermara gravemente. Porque, para recorrerlo, se requerirá un líder palestino capaz de cohesionar a su pueblo, que tenga la fuerza suficiente para exigirle sacrificios, en aras del objetivo superior de la paz y la seguridad.
Ciertamente, Arafat no tuvo en sus últimos años esa fuerza. No pudo controlar la segunda Intifada, ni poner coto al terrorismo palestino. Su autoridad se vio minada por sus propios errores, pero, sobre todo, por la campaña sistemática de desmontaje dirigida desde la cúpula israelí y estadounidense. Pese a ello, lo ha acompañado hasta el final el aura de quien tuvo la grandeza de abandonar las armas guerrilleras para sentarse a negociar con su antiguo enemigo de guerra, Yitzak Rabin, con quien llegó a compartir el Premio Nobel de la Paz. Lástima que la vida no les haya dado a ambos la oportunidad de llegar a la tierra prometida de la reconciliación en el Medio Oriente.