El sistema de Estados nacionales europeo, bajo presión
22 de agosto de 2015
La mayoría de la gente quiere vivir en grupos manejables: la familia, el pueblo, la provincia. Cualquier cosa que va más allá de esto es demasiado para ellos. Eso notaron los políticos alemanes de la segunda mitad del siglo XIX que impulsaron la unificación de los principados germánicos. La mayoría de sus compatriotas, señalaban, no contemplaban la posibilidad de una Alemania unida. Pero querían la unidad. Y vinieron poetas que, con sus versos y canciones populares, potenciaban la identidad alemana.
Los historiadores modernos se han referido a esta mezcla heterogénea de poemas, canciones e historias como "tradiciones inventadas". Tradiciones, así, que no se remontan, como cree la gente, a la noche de los tiempos, sino basadas en puras creaciones artísticas. Diseñadas, además, para anclar los nuevos Estados-nación en los corazones de los ciudadanos. Y, desde hace algunas décadas, se baten en campeonatos deportivos representando a sus respectivas selecciones nacionales.
Desde hace mucho tiempo los europeos han cultivado esos lazos emocionales con sus respectivos Estados-nación. Las élites europeas pueden haber vivido también, largo tiempo, en un mundo globalizado… pero la mayoría se define en primer lugar como ciudadano de su país. Después viene Europa. Y luego el mundo.
Diferentes tradiciones
Lo que estamos viviendo actualmente, sin embargo, desafía estos hábitos de una forma sin precedentes. En Lampedusa, Kos, Ceuta y, desde hace días, Macedonia, vemos día a día movimientos migratorios que acabarán haciendo cambiar de arriba a abajo a las naciones europeas. Y, con ellas, a las condiciones de vida en la que se han movido generaciones de europeos y que consideran naturales.
Por supuesto, siempre ha habido inmigración. De hecho, esta siempre ha caracterizado a las sociedades desarrolladas. Pero siempre había existido en proporciones más pequeñas, quizá con la excepción de los movimientos migratorios posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero fueron dentro de Europa, en un espacio cultural más o menos homogéneo.
Ahora viene más gente y de más lugares. Traen en la maleta experiencias muy diferentes, culturas, tradiciones, creencias. Y la experiencia reciente –como en el debate sobre el uso del velo o la educación mixta– ha demostrado que no siempre casan fácilmente con las tradiciones europeas.
Preocupación, no racismo
Las reticencias, preocupaciones y, también, el resentimiento que sienten muchos europeos no siempre provienen de un burdo racismo o de la xenofobia, aunque por supuesto que se dan. No toda actitud defensiva tiene tan sombrías motivaciones. Los cambios que conlleva una migración masiva, tanto para los que llegan como para las sociedades de acogida, no son anecdóticos.
El fenómeno de las "tradiciones inventadas" muestra que la convivencia puede tener un completo éxito. De nuevo, serán los poetas y artistas quienes deberán vehicular en las emergentes sociedades multiculturales un sentimiento suficientemente fuerte como para unir las diferentes sensibilidades. Algo así como una especie de mito fundacional
Las sociedades, como ha demostrado la experiencia del siglo XIX, son estructuras altamente flexibles que pueden adoptar formas muy diferentes. Sólo que no pueden hacerlo de la noche a la mañana. Ni tampoco en dimensiones ilimitadas. ¿Tan mal suena que la llegada deba ser limitada y controlada? A pedir esto no hay que tildarlo siempre de racismo, sino de la aspiración a una transformación ordenada tanto de Europa como de sus Estados nacionales.