El pogromo de Rostock, veinte años después
22 de agosto de 2012En una declaración conjunta publicada este miércoles (22.8.2012), todos los grupos políticos representados en el Parlamento de Rostock pidieron perdón a las víctimas de los ataques racistas y xenófobos perpetrados hace veinte años en esa ciudad del Estado federado de Mecklemburgo-Pomerania Ocidental. Entre el 22 y el 24 de agosto de 1992, una turba formada por neonazis y xenófobos, apoyada por cientos de vecinos del barrio de Lichtenhagen, sitió y prendió fuego a un conjunto de edificios habitado por solicitantes de asilo y trabajadores extranjeros sin que la policía interviniera para protegerlos.
Los parlamentarios de Rostock admiten que el Gobierno fracasó a escala federal, regional y comunal, reaccionando sólo cuando la violencia ya había alcanzado niveles extremos. Las imágenes de este pogromo le dieron la vuelta al mundo en un momento en que Alemania buscaba disipar los temores que despertaba tras su reunificación. Wolfgang Richter, comisionado de asuntos migratorios en esa ciudad hanseática, recuerda muy bien aquellos sucesos: él estaba en el edificio cuando los agresores lo hicieron arder.
Una bomba de tiempo
Richter cuenta que cuando los refugiados, en su mayoría gitanos, fueron evacuados del edificio que habitaban, la multitud atacó a los trabajadores vietnamitas que se alojaban en la torre contigua y a los pocos agentes policiales presentes. Mientras tanto, los mirones aplaudían. Para Richter, esa explosión de violencia aparentemente espontánea habría podido evitarse, pero los políticos y los medios lo que hicieron fue propiciarla al criminalizar a los refugiados, exagerar la afluencia de solicitantes de asilo y trillar frases como “¡El bote está lleno!”.
A juicio de Hajo Funke, investigador de la Universidad Libre de Berlín dedicado al estudio del racismo, las autoridades sabían que Rostock era una bomba de tiempo y la dejaron estallar. Semanas antes de estos incidentes, buena parte de los refugiados, abandonados a su suerte por las autoridades, se vieron obligados a dormir en carpas y su situación empeoró antes de que pudieran habitar el edificio que debía acogerlos. Los residentes de Lichtenhagen, de por sí frustrados ante el desempleo galopante y la falta de perspectivas en la “nueva Alemania”, reaccionaron agresivamente, atribuyéndoles los malos olores, la acumulación de basura, el ruido y los robos a supermercados que marcaron el sofocante verano de 1992 en Rostock.
El colofón del macabro episodio: 44 agresores recibieron penas de hasta tres años y tanto el alcalde de turno en Rostock como el entonces ministro del Interior de Mecklemburgo-Pomerania Ocidental renunciaron a sus cargos. Lo que nunca quedó claro fue quién debía responder por la negligente actuación de la policía local. Funke sostiene que, aunque el número de ataques contra personas no blancas se ha reducido desde entonces, el racismo y la xenofobia no han desaparecido en Alemania, sino que han adquirido nuevas formas y medios de expresión.
Autores: Richard Fuchs / Evan Romero-Castillo
Editora: Emilia Rojas Sasse