El muro de la impotencia
19 de junio de 2002La seguridad no tiene precio. Los muros sí. Aproximadamente un millón de dólares costará cada uno de los proyectados 115 kilómetros de cerco, que el gobierno israelí ha comenzado a instalar en los límites de la Cisjordania. Y ese es sólo el costo material. El político puede llegar a ser bastante más alto de lo que Israel quisiera pagar.
Con cada nueva víctima que cobran los atentados, aumentan los aprietos del primer ministro Ariel Sharon, que no la logrado cumplir su principal promesa electoral: dar seguridad a la población. Ni los bloqueos, ni las incursiones del ejército han cumplido su objetivo. La violencia suicida palestina no se aplaca y al gobierno israelí se le acaban las cartas militares que jugar. En este contexto, la construcción del cerco da la impresión de ser una medida desesperada.
Implicaciones políticas
No han faltado las comparaciones con el entretanto derribado muro de Berlín, muestra fehaciente de la debilidad del régimen comunista germano oriental. El gobierno de Sharon prefiere remitirse a la experiencia del cerco ya existente en el límite de la franja de Gaza, que ha asegurado a su juicio el flanco occidental de Israel. Igualmente se niega a hablar de un muro "político", aunque las implicaciones de esa naturaleza resultan insoslayables.
La separación física de la Cisjordania del territorio israelí no sólo tendrá repercusiones negativas para los palestinos, virtualmente sitiados. También los asentamientos israelíes de la zona quedarán aislados, lo cual ha provocado ya nutridas protestas de los colonos judíos.
Pero el punto que el primer ministro Sharon parece no haber considerado lo suficiente es que un cerco territorial de esta naturaleza podría terminar creando hechos consumados y convirtiéndose en frontera definitiva, cosa que la derecha israelí jamás ha querido considerar siquiera.
Doble filo
Ante este trasfondo, la decisión de erigir el cerco tiene el aspecto de una espada de doble filo. Porque más que generar una dudosa seguridad para los israelíes, con suma probabilidad proveerá de un renovado caldo de cultivo para los resentimientos nacionalistas. Eso sin considerar que nada hay más anacrónico que un cerco, en un mundo en que las fronteras se vuelven cada vez más permeables, no sólo en lo material, sino también en el plano de las ideas y la información.
Israel puede levantar un cerco, pero no reducir el problema palestino a un mero asunto de terrorismo versus seguridad. Tampoco podrá evitar que la medida se interprete como un claro signo del fracaso de la política de Sharon, empeñado aún en resolver el conflicto por la vía de la fuerza.