Doha y los TLC
13 de octubre de 2011No pocas veces han fracasado en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC) las negociaciones destinadas a reducir subvenciones y tasas aduaneras, lo que ha llevado a más de un comentarista a dar el proceso que empezara hace 10 años en Doha, la capital de Qatar, por muerto. Los optimistas esperan un resurgir del mismo el próximo diciembre, cuando la Conferencia Ministerial, el órgano máximo de la institución, se reúna de nuevo en Ginebra. Ésta podría ser la última oportunidad, se advierte, para el objetivo marcado: liberalizar el comercio internacional. De lo contrario se deberá seguir confiando en los tratados de país a país, región a región o región a país, que en vistas de los escasos resultados arrojados por las rondas se perfilan como el único mecanismo fructuoso, pero que sólo benefician a unos pocos.
Muerta o viva no es la cuestión
“La cuestión no es si Doha ha muerto o no. Este debate no nos lleva a ninguna parte. Mucho más importante es saber si los miembros de la OMC continúan apostando por lo expuesto en dicha agenda”, es decir, por el libre intercambio supranacional, por la actualización de las normativas comerciales y por la inclusión de los países más pobres en la economía mundial, comentaba el director general de la OMC, Pascal Lamy, en un discurso que pronunció en Berlín a invitación del Deutsche Bank.
La pregunta de Lamy no es minúscula. Una década más tarde, los 153 Estados que conforman organismo siguen sin ponerse de acuerdo sobre el acceso de los países industrializados a los mercados de servicios de los países en desarrollo, y todavía no han conseguido aunar posturas acerca de la reducción de las subvenciones agrarias con las que los países ricos les hacen competencia a los países pobres. Entre 200.000 y 800.000 millones de euros crecería el comercio internacional si los socios llegaran a un punto común, pero el miedo a la destrucción de puestos de trabajo y a los posibles efectos de un aumento de la globalización es grande.
“Las reglas tienen que estar claras”, sostuvo a modo de remedio Lamy, “la condición principal para el libre intercambio es que exista un reparto justo de los ingresos, más igualitario. Es precisamente la desigualdad entre los países, pero también dentro de los mismos Estados, la que genera desconfianza hacia el comercio internacional”.
TLC sólo para los elegidos
Las actuales turbulencias en los mercados, las estrecheces financieras y las altas tasas de desempleo que afectan a algunos miembros de la OMC no hacen los encuentros más fáciles ni aportan mejores perspectivas al que próximamente se celebrará en Suiza. Pero mirar sólo las cuentas propias no es en opinión de Lamy el proceder más certero. “Lo que necesitamos es un sistema monetario internacional que otorgue estabilidad”, sostuvo el director, “sólo la política monetaria que se practica en interés global es también de interés nacional. Y el único modo de lograr esto es a través del trabajo global”.
No obstante, el trabajo nacional parece avanzar con mayor dinamismo que el global. Por más de cinco años de estancamiento pasó el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, que acaba de recibir el visto bueno de Washington. Y aún así, le saca ventaja temporal a la liberalización internacional. TLC bilaterales ha ratificado la Unión Europea en América Latina con Chile y México, y en 2010 también con Colombia, Perú y Centroamérica. Tampoco aquí fueron los contactos sencillos ni las críticas pocas, pero al final alcanzaron lo que Doha aún no ha podido: concretar la agenda y ver plasmadas las firmas. El problema – o la ventaja – de los TLC es que sólo afectan a los escogidos. Los difíciles se quedan fuera. Y si no que se lo pregunten a Bolivia y Ecuador.
Autor: Andreas Becker/ Luna Bolívar
Editor: Enrique López Magallón