¡Dios lo quiere!
2 de junio de 2009En el año 1071, un ejército cristiano perdió un enfrentamiento contra tropas musulmanas, que pasó a la historia como la Batalla de Manzikert, en el este de Anatolia, hoy Turquía. Sin embargo fueron las noticias provenientes de la Ciudad Santa lo que enfureció al Papa Urbano II. Según los relatos, un grupo de honrados peregrinos cristianos había sido sometido a “insoportables martirios por parte de infieles musulmanes”. Para el Papa Urbano II (aprox. 1035-1099), el Concilio de Clermont, en noviembre de 1095, era el momento adecuado para convocar a una “peregrinación armada” a Jerusalén.
Las palabras del Santo Padre fueron claras: “Circuncidan a los cristianos y la sangre de la circuncisión es rociada sobre el altar o las pilas bautismales. Les gusta matar a otros abriéndoles el abdomen, sacándoles una extremidad del intestino que luego atan a un poste. A golpes los persiguen alrededor del poste hasta que se les salen las vísceras y caen muertos en el suelo. Debierais sentiros conmovidos por el hecho de que el Santo Sepulcro de nuestro Salvador se encuentre en manos de ese pueblo impuro, que con su inmundicia mancha nuestros lugares santos de manera desvergonzada y sacrílega”.
Masacre en nombre del Señor
Tal vez exageró un poco, pero lo cierto es que los gobernantes musulmanes cobraban un impuesto de entrada a Jerusalén. Para los peregrinos cristianos, se trataba de una situación insoportable, agravada aún más por la destrucción de santuarios, imágenes religiosas y monumentos en la Ciudad Santa. Solucionar esa situación fue el objetivo de la primera cruzada, en 1096, en la que participaron 300 000 caballeros europeos, que partieron con la esperanza de obtener un botín de recompensa. El Papa Urbano II reforzó la moral de los guerreros cristianos absolviéndolos de todos los pecados cometidos y por cometer sobre la Tierra.
Pero ni eso pudo evitar el cuantioso tributo de sangre que tuvieron que pagar los caballeros con la cruz sobre la armadura, incluso antes de su llegada a Jerusalén. Fueron continuamente asaltados por ladrones y bandas locales que los combatieron en su camino.
No fue sino a principios de julio de 1098 que los guerreros cristianos lograron conquistar Nicea y Antioquía. La ruta hacia Jaffa y Haifa pasaba por Beirut. Godofredo de Bouillón (aprox. 1060-1100) fundó en el Condado de Edesa el primer principado cruzado. Tres años después de su partida de Occidente, los caballeros llegaron a Jerusalén.
En julio de 1099 comenzó la batalla por la Ciudad Santa. El ejército cristiano había sido diezmado, quedando tan sólo unos 21 000 hombres exhaustos, que con la ayuda de arietes y catapultas destruyeron las fortificaciones. Al grito de ¡Dios lo quiere!, invadieron Jerusalén provocando un baño de sangre atroz entre la población. Muy pocos habitantes de la ciudad sobrevivieron.
La masacre fue calificada por los guerreros cristianos como una “purificación” de la ciudad de los infieles, al término de la cual realizaron una procesión de gracias. En un sólo día habían muerto unas 70 000 personas.
Principados cruzados: motivo de sucesivas batallas
El líder de la primera cruzada, Godofredo de Bouillón, fue nombrado “Gobernadaor del Santo Sepulcro”. Junto al Condado de Edesa, fueron fundados otros principados cruzados: la Armenia Menor, el principado de Antioquía, el Condado de Trípolis y el Reino de Jerusalén. Este nuevo orden en el Medio Oriente no duró mucho, pues la región estaba rodeada de poderosos Estados árabes, que observaban con indignación y furia las cruzadas: el Emirato de Damasco, el Califato del Cairo y el Sultanato de los Selyúcidas. En los dos siglos siguientes hicieron todo lo posible para reconquistar los territorios perdidos, dando pie a seis subsiguientes cruzadas, que hasta mediados del siglo XIII causaron la muerte a varios centenares de miles de personas.
En Europa las cruzadas fueron la expresión de la comunidad cristiana congregada en torno de la cruz bajo la autoridad papal. Así fue como surgió una especie de “comunidad europea” cristiana. Esa Universitas Christiana unió a Europa durante un largo período de tiempo. El sentimiento de unidad de los europeos se basó en el rechazo religioso de los creyentes de otra fe. No fue una identidad con algo, sino contra algo.
Autor: Matthias von Hellfeld/ EU
Editor: Pablo Kummetz