Comercio en la frontera de Brasil con Venezuela
13 de diciembre de 2016Hubo un tiempo en que los venezolanos llegaban a Pacaraima para comprar chocolates, vinos espumosos, quesos y recuerdos de Brasil. Con la crisis en el país vecino, hoy los que consiguen volver con bolsas de productos básicos −como harina o café− se consideran privilegiados.
"Ahora es un lujo llevar azúcar o arroz", cuenta el comerciante peruano Edgardo Ruiz, de 65 años, 15 de ellos radicado en Pacaraima, estado de Roraima, en la frontera con Venezuela. "Antes no preguntaban el precio, ya llegaban comprando", afirma Ruiz, cuya tienda ofrece ahora principalmente esos alimentos y artículos básicos que faltan en el país vecino.
El movimiento de los compradores comienza bien temprano, antes de la apertura de fronteras. A las cinco de la mañana, aún muy oscuro, llegan los primeros a pie, pasando junto al puesto de control. Para los peatones, el tránsito es libre en la frontera, limitada solamente por unos marcos blancos. En la calle principal de la ciudad, los clientes compran café y pan a los vendedores ambulantes, también venezolanos, y esperan que las tiendas abran.
Mientras la mayor parte de la ciudad duerme, indígenas venezolanos comienzan su faena. Ante las puertas de las casas y tiendas donde decenas de familias indígenas pasan la noche al abrigo de sus toldos, las mujeres y los niños ponen en orden sus pocos objetos y cartones antes de que salga el sol. Los perros de Pacaraima, que son muchos, todavía descansan en la acera con el mismo aspecto de abandono y desolación de la ciudad.
Poco a poco, las tiendas abren, crece el movimiento y los clientes se enteran del nuevo valor del bolívar, la moneda venezolana. El murmullo crece entre los compradores, que terminan su café. "Los precios han aumentado una barbaridad, alrededor del 50 por ciento. La semana pasada, un real estaba a 500 bolívares, ahora son 720. El viaje a Brasil ya no compensa como antes", comenta el soldador Yordis Gutiérrez, de 32 años.
Crisis e inflación
Desde San Félix, Gutiérrez viajó diez horas en autobús para llegar a Pacaraima y comprar dos pacas de arroz, pastas, azúcar y café. A las 10 de la mañana ya se preparaba para volver: "Tengo una esposa y cuatro hijos, tengo que hacer milagros para conseguir comida para todos", dice el soldador, que gana cerca de 130 reales al mes (casi 40 dólares).
Venezuela atraviesa una grave crisis política y económica, con desabastecimiento y un pronóstico de inflación del 720% este año. Faltan alimentos, medicinas y artículos de higiene básica. La rápida devaluación del bolívar es la razón principal con la que los comerciantes explican la más reciente caída en las ventas. El peruano Ruiz dice que en los últimos dos meses ha perdido dinero con la fluctuación cambiaria, una queja recurrente en Pacaraima: "Todo el comercio aquí depende de Venezuela, así que esta caída del movimiento me preocupa mucho", dice.
Hasta la demanda de medicinas ha disminuido. En una farmacia en la calle principal, un vendedor afirma que las ventas se desplomaron en un 70 por ciento el mes pasado. En una tienda cercana, el movimiento cayó un 50 por ciento en los últimos dos meses. Antonio Aguiar, de 46 años y procedente del estado de Ceará, sustituyó la venta de neumáticos por sacos de alimentos: "100 por ciento de nuestros clientes son venezolanos, los brasileños compran todo en Boa Vista. Y los neumáticos son caros, los venezolanos no podían comprarlos", dice.
Según Aguiar, muchas tiendas que abrieron a principios de este año, en medio del auge del flujo de venezolanos, han vuelto a cerrar. El precio del alquiler explotó con la llegada de los comerciantes "aventureros" −un punto pasó de 1.000 a 4.000 reales al mes (de 300 a unos 1200 dólares).
En la tienda de Ivanilton Santana, de 40 años, hace unos meses había enormes colas en la puerta. Ahora el movimiento es intenso, pero no hay clientes esperando. "El cambio duró dos meses entre 350 y 500 bolívares, y fue muy bueno. Pero en octubre y noviembre he perdido 15.000 reales (más de 4.500 dólares). Da hasta rabia de estos bolívares", dice disgustado, jugando con las pilas de billetes en bolsas y estantes.
Intenso comercio
Al otro lado del mostrador, el dinero parece valer aún. De sus bolsas y mochilas, los clientes sacan bolas de bolívares atadas con cintas de goma. Las manos de piel oscura, marcadas por el trabajo, cuentan los billetes uno por uno, en un ritual de enorme concentración. Después, las pilas se acomodan en el mostrador, una junto a otra, y los ojos siguen con ansiedad el movimiento de las máquinas que cuentan el dinero.
La escena se repite durante todo el día en varias tiendas de la ciudad. Entre las 8 y las 10 de la mañana, el tráfico es intenso. Decenas de venezolanos pasan con sacos sobre sus cabezas, otros depositan los alimentos en una especie de taxi-carreta, que lleva la carga a la estación de autobuses. Sacos de alimentos y cajas de pañales, jabones y desodorantes se apilan en las aceras ya estrechas.
En la calle principal, con tiendas a ambos lados, de asfalto desgastado y lleno de baches, la basura se acumula en la acera. El sol de las 10 de la mañana, que parece de mediodía, obliga a los transeúntes a retirarse y el movimiento empieza a reducirse. Los pocos que salen a esta hora caminan con sombrillas. El calor acentúa el fuerte olor agrio de la ciudad, una mezcla de vapores de camiones, basura y aguas residuales −el agua oscura corre al borde a la acera en varios puntos. En la calle principal de Pacaraima, esos olores fétidos inhiben el apetito.
Pero, a pesar de la contaminación, la ciudad es un destino preferido de la élite de Boa Vista por su "buen tiempo". Enclavada en una reserva indígena, Pacaraima es el refugio de los adinerados de Roraima para "tomar un vino y comer fondue."
Carga y descarga
Además de los residentes de la capital, los comerciantes y sus clientes, Pacaraima también atrae a venezolanos interesados en trabajar en la carga y descarga de mercancías. Este es el caso de R.L., de 45 años, que vive en la ciudad desde hace tres meses y comparte una habitación con otros 11 venezolanos. R.L., que no se identificó por temor a ser deportado, dice ganar en promedio 5 reales por día, ya que no siempre consigue trabajo. Quiere volver a casa por Navidad, así que está juntando comida para llevarles a su esposa y a sus dos hijos.
"Mi familia allá está ahorrando la comida lo más que puede. Había logrado comprar algunos sacos aquí, pero me los robaron," contaba cuando fue interrumpido por el jefe. El brasileño Hassan, de 50 años, mueve a los trabajadores de un lado a otro, seleccionando a los hombres que descargarán el camión aparcado junto a su tienda. Hijo de palestinos, Hassan llegó a Pacaraima al mismo tiempo que R.L., para ser comerciante. En la ciudad, según él, tiene 25 parientes. "El árabe es así", dice, mientras sigue seleccionando a los trabajadores: "Usted sí, usted no."
"Fidel, Fidel," dice Hassan al R.L., que atiende a su llamado. "¿Quién es el mejor jefe aquí?", le pregunta. "Usted, señor", responde R.L. con prontitud. Fidel es el apodo que su jefe, un fan de los líderes de izquierda latinoamericanos, le ha puesto a R.L., explica el trabajador.
"Él es revolucionario", dice R.L., dándole al término una connotación negativa. El venezolano no comparte la postura ideológica de Hassan y culpa a los chavistas por la actual crisis, que lo obligó a salir de Venezuela para trabajar en Brasil. Así que el sobrenombre Fidel no le cae nada bien. "Pero él es mi jefe, ¿qué puedo hacer?", se encoge.
El sábado en la noche, R.L. camina por Pacaraima. A la vuelta de la esquina se ve a muchos venezolanos aglomerados en la calle principal. Parece una celebración. Pero no lo es. Un camión de mercancías se acerca. Es trabajo adicional.