Dónde están los cubanos que vivieron el fin de la RDA
1 de septiembre de 2020Hace 30 años, el 31 de agosto de 1990, las entonces Alemania occidental y oriental (RFA y RDA) firmaron el Tratado de Unificación. Tras la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, quedaban sentadas las bases sobre las que se erigiría el nuevo país unificado, a partir del 3 de octubre de ese 1990.
“Fue una época política muy convulsa”, recuerda Marta Lourdes Baguer, graduada de Cibernética-Matemática por la Universidad de La Habana en 1983, que completó su doctorado en el Instituto de Matemática de la Universidad Humboldt de Berlín, entre octubre de 1986 y marzo de 1990.
Nuevos partidos, elecciones, profesores obligados a dejar las universidades tras revelarse sus vínculos con la Stasi. Los llamados Reisekader (cuadros políticos, profesionales, científicos, deportistas o artistas privilegiados con la autorización estatal para viajar a Occidente), que “de buenas a primeras” cambiaban las filas del partido socialista unificado SED por las de la hoy gobernante unión democristiana CDU, en sus antípodas políticas, evoca Baguer.
Ver caer y pintar el Muro de Berlín
Su recuerdo más vívido es, por supuesto, del mismo “día de la apertura del muro”. Baguer, hoy Profesora Titular del Departamento de Matemática Aplicada en la Universidad de La Habana, no lo olvida porque cumple años cada 10 de noviembre y ese año quiso esperarlo cenando con amigos el 9.
“Nos habíamos puesto de acuerdo para encontrarnos en la Platz der Akademie, pero nunca pude cruzar la avenida Unter den Linden; era un mar de carros y de personas eufóricas llegando, abriendo botellas, celebrando”, cuenta.
“Cuando empezaron los primeros movimientos de cambio, yo estaba de vacaciones en Cuba”, recuerda por su parte Teresa Casanueva, que había llegado a la RDA en agosto de 1985, con una beca para cursar estudios en la entonces Universidad de Arte y Diseño de Halle, Burg Giebichenstein, tras graduarse de la habanera Academia de San Alejandro.
“Las primeras noticias, muy escuetas, las vi en la televisión cubana. Pero, inesperadamente, quizás gracias a la lentitud de la reacción de las autoridades cubanas, pude regresar a Alemania, que ya estaba en pleno proceso de cambio”, relata Casanueva.
Reinstalada en Halle, y a través de una profesora, Casanueva conoció del proyecto para pintar el mural colectivo que hoy se conoce como la East Side Gallery, en un tramo conservado del Muro de Berlín: “Mandé un boceto, me dijeron que sí e inmediatamente vine a Berlín y pinté, celebrando la caída del muro y del Campo Socialista, la reunificación; todas, cosas que no encajan hasta hoy con los intereses de la política oficial cubana”, dice.
Volver a Cuba o quedarse en la Alemania unificada
Hasta que Baguer regresó a la isla ese abril, tras tres años y medio de estudios culminados en la RDA, aún no había cambiado mucho para los estudiantes cubanos de pregrado y posgrado en Medicina, Economía, Arte, Ciencias Sociales, con los que coincidió en Berlín, dice. Aunque, aún antes de la unificación monetaria, los precios subvencionados comenzaron a subir y la incertidumbre a crecer: su alojamiento pasó de costar 20 marcos a 120.
Sin embargo, “seguíamos viviendo en la misma residencia, recibiendo el mismo estipendio”, de unos 500 marcos mensuales para estudiantes de posgrado. Eso sí, varió un detalle: los últimos pagos de su beca los aportó el occidental Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD), del que Baguer sigue siendo hoy alumni (o exbecaria).
Hasta ese momento, la cooperación de la que la matemática cubana se había beneficiado incluía una beca a tiempo completo pagada por la Universidad Humboldt. Así como boletos de ida y vuelta, vacaciones y despachos de carga anuales subvencionados por el Estado cubano en su aerolínea Cubana de Aviación. Para los estudiantes de pregrado, precisa su compatriota Casanueva, estas subvenciones eran bianuales.
La artista plástica no recuerda el mes exacto, pero calcula que corría justo abril de 1990 cuando las autoridades cubanas se reunieron con los estudiantes para comunicarles que debían regresar a Cuba, sin alternativa.
“Para mí estuvo claro, relativamente temprano, que yo no iba a regresar a vivir en Cuba. Y no regresé, a pesar de que intentaron que los padres ejercieran influencia para que regresáramos. Nos amenazaron con que nunca más podríamos regresar”, rememora.
Nuevo país, otras vidas
Tras la reunificación, la oficina del Ministerio de Educación Superior (MES), que coordinaba a los estudiantes cubanos en Berlín, desapareció. Con la Universidad Humboldt, el contacto académico se mantuvo a nivel personal e institucional, pese a la lentitud del entonces usual correo postal, y gracias a mecanismos europeos de financiación y a una larga historia de intercambio con su homóloga en La Habana, desde la década de 1960, explica Baguer.
Así, hasta inicios de la década de los 2000, Baguer viajó anualmente a trabajar con su tutor alemán: con fondos de proyectos de la Universidad Humboldt o del DAAD, a veces en estancias como profesora invitada. Pero luego, la cooperación con su Alma Mater alemana se detuvo hasta que una beca Erasmus le permitió retomarla en 2016, como parte de su trabajo en el procesamiento de imágenes médicas y la lingüística computacional en La Habana.
“Yo estaba en cuarto año de mi carrera y continué estudiando porque la parte alemana asumió todos los contratos que había hecho la RDA”, relata por su parte Casanueva, que siguió viviendo con un estipendio de alrededor de 300 marcos en una residencia universitaria de Halle; y confirma el rol que jugó en este momento de cambio el DAAD.
Al menos una decena de sus compañeros tomaron la misma decisión. Para quienes mantenían relaciones sentimentales con alemanes, el matrimonio fue una puerta a la legalidad. Algunos aún viven en Alemania; otros emigraron a terceros países.
“Yo no tenía pasaporte, pues cuando uno venía por asuntos oficiales, lo dejaba en el consulado. Y aunque es absurdo decir para siempre, como dijeron, porque nada es para siempre en la vida, no sabía cuánto tiempo iba a estar sin ver a mi familia; pero sospechaba que podía ser mucho”, recuerda.
“Sin embargo, tres años después, en 1993, las autoridades cambiaron el tono y pude ir a Cuba”, resume Casanueva. La marcha atrás del Gobierno cubano, supone, tuvo que ver con la necesidad de ingresar divisas durante el llamado Período Especial, la dura crisis económica que azotó a la isla tras el derrumbe del Campo Socialista.
En Alemania, donde hoy vive hace 35 años y tiene su estudio como artista plástica independiente en Berlín, “estuve mucho tiempo con el estatus de tolerada”, que implica una suspensión temporal de la deportación, recuerda Casanueva. Pero su universidad la empleó como asistente durante sus estudios de posgrado, por otros tres años que le permitieron comenzar a asentarse legal y financieramente en el país.
Estudiantes y trabajadores subcontratados
Los de Casanueva y Baguer representan dos de los muchos destinos que tuvieron los estudiantes cubanos de intercambio tras el fin de la RDA. Las estadísticas no dejan claro cuántos llegaron a ser en total, entre 1960 y 1990, pero se parte de un contingente relativamente pequeño, con un máximo de 555 personas durante el curso académico 1986/87, según el volumen “Estudiantes cubanos en la RDA”, de la alemana Susanne Ritschel.
Las peores consecuencias, coinciden la prensa y libros alemanes como “Cubanos en el paraíso real“, de Leonel R. Cala Fuentes, o “Regresé siendo otra persona. Cubanas y cubanos en la RDA”, de Wolf-Dieter Vogel y Verona Wunderlich, las sufrieron, en un abrir y cerrar de ojos, los hasta 30.000 trabajadores subcontratados en combinados industriales del Este alemán.
Como los estudiantes, fueron llamados por su Gobierno a regresar, y regresaron. Muchos dejaron atrás familias binacionales, hijos, y perdieron todo vínculo, sin las posibilidades de reconexión que brinda el ambiente académico. Los cerca de 1.600 que se quedaron, se vieron afectados por la desindustrialización que sufrió el Este, amenazados con la deportación y excluidos, por su escaso número, de una especie de amnistía que benefició a sus pares de Angola, Mozambique y Vietnam, reportaba la revista Focus en 1994.
El Gobierno de la Alemania unificada dejó de cooperar con Cuba a escala estatal, e insistió sin concesiones en que la isla reembolsara sus deudas con la RDA, aunque estas le habían sido condonadas a última hora, en el verano de 1990, en vistas de la grave crisis económica cubana. Y no fue hasta la primavera de 2000, resume la televisora regional MDR, que el Gobierno federal reinició la cooperación oficial con Cuba, bajo la presión de la Asociación Federal de la Industria Alemana (BDI).
No obstante, individualmente, y desde las instituciones donde cada quien terminó trabajando, "hemos buscado siempre cómo mantener el vínculo", insiste Baguer, cuyo hijo se doctoró también en Alemania. E incluso muchos antiguos trabajadores contratados salvaron, en última instancia, la conexión entre ellos mismos, como forma de conservar los recuerdos y el idioma, con el que aún sorprenden a no pocos turistas alemanes.