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Cuando el camino acaba en México: huida frustrada a EE.UU.

Carolina Chimoy
11 de marzo de 2021

Joe Biden quiere cambiar la política de refugiados, lo que despierta esperanza en muchos migrantes que van rumbo a Estados Unidos. Pero, en algunos casos, la esperanza es infundada. Un reportaje de Carolina Chimoy.

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César Moncada y su familia.Imagen: Xavier Roca

César Moncada, su mujer y sus dos hijos, vienen de Honduras y llevan meses caminando. "Nos dijeron que aquí, en Matamoros, permiten a los migrantes pasar por fin al otro lado”, dice César. Con "el otro lado” se refiere a Estados Unidos. Un puente sobre el Río Grande une Matamoros, en el noreste de México, con Brownsville, una pequeña ciudad en el sur de Texas.

Miles de migrantes ocuparon hace dos años un parque en Matamoros, ubicado directamente en la frontera con Estados Unidos. Con la ayuda de algunas personas que donaron carpas y mantas, el lugar se transformó en el campamento inoficial de Matamoros, con cerca de 4.000 personas. El nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, determinó mediante un decreto que estos migrantes, que llevan años esperando obtener asilo, podrán cruzar por fin el puente. Una magnífica noticia para todos los que estaban en el campamento de Matamoros. Quienes aún no habían llegado allí, tienen un problema.

Patria peligrosa

César proviene de un pequeño pueblo en las cercanías de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, a más de 2.000 kilómetros de Matamoros. "Mi tierra es hermosa”, dice, y agrega: "Es nuestro hogar, pero nos vimos forzados a dejarlo todo”.

César tenía una peluquería en la calle principal de su pueblo. Un día recibió un mensaje, en que le exigían pagar 1.500 lempiras (unos 52 euros) mensuales a una banda que domina el narcotráfico en la región, para seguir "teniendo derecho a mantener su negocio”.

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César Moncada.Imagen: Carolina Chimoy/DW

"¡1.500 lempiras! En mi negocio apenas ganaba 2000 lempiras, y con eso tenía que pagar arriendo, comida y escuela”, relata. "No podía pagar. Pero sabía que esa banda imperaba en mi pueblo”, dice. Entonces recibió la primera amenaza de que le harían algo a su hija de seis años. A esa le siguió otra, de que reclutarían para la banda a su hijo de 13. "¿Qué haces en esa situación? ¿Qué hace un padre, un marido, un ser humano?”, pregunta César.

Cuando huir es la única salida

César y su mujer empacaron sus mochilas y abandonaron su casa y la vida que llevaban hasta entonces. Viajaron en buses, pero la mayor parte del tiempo caminaron. Llegaron a Reinosa, otro lugar de la frontera mexicano-estadounidense, donde escucharon que en Matamoros se podía cruzar. Con otras tres familias caminaron hasta allí, donde se encuentran en la calle. No los dejan entrar al campamento de refugiados. "Dicen que quieren cerrar el campamento. Preguntamos si al menos podían darnos unas mantas, pero hasta eso nos negaron”, cuenta César.

En los días siguientes llegan más migrantes a Matamoros. Unas 50 personas se han sumado a las primeras familias. Una de ellas es Josselin. Cuenta, entre lágrimas, que su cuñado fue asesinado ante sus ojos por una banda criminal en Honduras. Su marido decidió entonces que debían partir.

La mayoría de las familias proviene de Honduras. Todas tienen historias parecidas. Huyeron de la muerte y esperan una vida mejor, y sobre todo más segura, en Estados Unidos.

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El campamento provisorio de Matamoros.Imagen: Carolina Chimoy/DW

Sin albergue

José Luis tiene ciudadanía estadounidense y vive cerca de Brownsville. Con su mujer y otras personas ayuda a los migrantes. "Lo principal es conseguirles un alojamiento”, dice. "Matamoros es una ciudad peligrosa. Muchos se aprovechan de la vulnerabilidad de las familias. Por ejemplo, los 'polleros' cobran por mostrarles a los migrantes los supuestamente mejores lugares para atravesar el Río Grande”.

José Luis ya ha acogido en su casa, en Estados Unidos, a migrantes a los que se ha permitido ingresar al país, pero no tienen dónde ir. También los solicitantes de asilo que ahora pueden entrar a Estados Unidos aterrizan primeramente en las ONG, a menos que tengan familiares o amigos en el país. "Los centros de acogida en el lado mexicano están copados”, dice José Luis. "Ni siquiera el sacerdote de la iglesia de Matamoros puede recibir a más gente. Debido al COVID-19, también él ha llegado a su límite”, explica.

Unos días después volvemos a encontrar a José Luis. Se lo ve frustrado y triste. "Hay tantos hombres como César. No podemos salvaros a todos", dice. Cuenta que habló con César unas horas antes. El y su familia fueron detenidos por la policía mexicana. "Serán enviados de regreso a Honduras".

(er/cp)