Cristóbal Colón pierde lustre en América
12 de noviembre de 2018La de Cristóbal Colón no era la única efigie ni la más imponente en el Grand Park de Los Ángeles, California, pero su remoción no pasó inadvertida el pasado 10 de noviembre. Disimular su desaparición nunca estuvo entre los planes de las autoridades de la ciudad; al contrario: una rueda de prensa oficial y un baile ceremonial amerindio precedieron el evento. “La estatua de Cristóbal Colón reescribe un capítulo manchado de la historia que idealiza la expansión de imperios europeos y la explotación de los recursos naturales y los seres humanos”, comentó Hilda Solís, supervisora del condado de Los Ángeles, en entrevista con la cadena local NBC4.
“Todos nosotros hemos heredado esta historia compleja y difícil. Minimizar –o, peor aún, ignorar– el dolor de los habitantes originarios del lugar donde fue erigida Los Ángeles sería un mal servicio a la verdad. La remoción de la estatua de Colón en el Grand Park es un acto de justicia reparadora que honra y abraza el espíritu resiliente de los habitantes originarios de nuestro país. Con su remoción, le damos inicio a un nuevo capítulo de nuestra historia, donde aprendemos de errores pasados para no ser condenados a repetirlos”, agregó Solís, quien fue secretaria de Trabajo de Estados Unidos bajo la presidencia de Barack Obama (2009-2017).
“Este es un paso natural en el proceso de eliminar la falsa narrativa según la cual Cristóbal Colón descubrió América”, había declarado el concejal Mitch O’Farrell una semana antes. “Colón fue personalmente responsable de cometer atrocidades y sus acciones pusieron en marcha el más grande genocidio en la historia. Su imagen no debería ser celebrada en ninguna parte”, acotó. Solís y O’Farrell son sólo dos de los funcionarios municipales que impulsaron las iniciativas de remover la efigie del navegante y cambiarle el nombre al Día de Colón, que se festeja en casi todo Estados Unidos el lunes de la segunda semana de octubre.
Este año se celebró en Los Ángeles por primera vez el Día de los Pueblos Indígenas.
Este golpe de timón es otro éxito del movimiento nacional de los “Native Americans” y sus aliados. No obstante, sería exagerado decir que sus activistas la tienen fácil. Como muestra, el estado de Ohio: en 2017, un intento de rebautizar el Día de Colón en la localidad de Akron dividió a los integrantes de su concejo municipal –todos del Partido Demócrata– en dos grupos: cinco funcionarios negros votaron a favor del cambio y ocho blancos, en contra. En octubre de 2018, el Día de Colón pasó a llamarse Día de los Pueblos Indígenas en Cincinnati, pero sólo después de que el asunto fuera sometido a sufragio en tres ocasiones distintas.
¿Quién le teme al revisionismo histórico?
En 2017, la ciudad universitaria de Oberlin, de talante predominantemente liberal, se convirtió en la primera población de Ohio en adoptar un nuevo nombre para el Día de Colón; pero Cleveland, que tiene una comunidad italo-estadounidense numerosa, conservadora e influyente, sigue organizando uno de los desfiles anuales más grandes en homenaje a quien fuera “gobernador general de las Indias Occidentales”. Así de controvertida es la materia en cuestión. Algunos les restan trascendencia a mociones como las de Los Ángeles, Cincinnati y Oberlin, y otros temen que ellas allanen el camino para un revisionismo histórico peligroso.
Especialistas consultadas por DW no hacen ni lo uno ni lo otro: ellas recomiendan tomar estas tendencias sociopolíticas en serio y verlas como manifestaciones del espíritu de los tiempos. “Yo observo con suspicacia los excesos de eso que llaman ‘corrección política’, como cuando se intenta proscribir a ciertos escritores decimonónicos de los planes de estudio de las universidades, porque creo que basta agregarles prólogos a sus libros para explicar el contexto en el que fueron escritos y en el que se usaban palabras que hoy consideramos socialmente inadmisibles”, señala la antropóloga social y cultural Juliana Ströbele-Gregor.
“Sin embargo, considero problemático que estatuas como las que reverencian a Colón, por ejemplo, se mantengan desplegadas en los espacios públicos durante décadas sin mayores comentarios ni matices”, acota Ströbele-Gregor desde Berlín. “Por cierto, la resistencia a la apología de Colón y la Conquista se ejerce desde hace muchos años en América Latina, sobre todo en la región andina. Allí se hizo presión con éxito para que el Día de la Raza, celebrado cada 12 de octubre, recibiera otra denominación, una que pusiera en primer plano la lucha de los habitantes originarios del continente contra los colonizadores europeos”, recuerda la experta.
“En la capital de Bolivia, por ejemplo, las estatuas de Colón e Isabel la Católica siguen en pie. Pero, como contrapeso, las autoridades municipales les levantaron estatuas a Túpac Katari, líder de las revueltas contra los españoles, y a su esposa Bertolina Sisa. Fuera de La Paz, en Santa Cruz, otros monumentos conmemoran las matanzas de las que fueron objeto pueblos de las tierras bajas bolivianas. Este 15 de noviembre se rememora la muerte por descuartizamiento de Túpac Katari”, añade Ströbele-Gregor, no del todo segura de que erigir nuevas estatuas en lugar de derribar o sustituir las viejas disipe las polémicas que sacuden a Estados Unidos.
Narrativas emergentes
Eleonora Rohland, profesora de Historia en la Universidad de Bielefeld, comparte las dudas de la antropóloga de Berlín. “No creo que eso tenga sentido ni que sea posible. Los símbolos en torno a los cuales se discute actualmente en el sur de los Estados Unidos, por ejemplo, son estatuas que honran a personalidades que defendieron el esclavismo. Aunque este tópico admite análisis desde diferentes puntos de vista, a estas alturas ya está claro que la glorificación de esos personajes de la historia no es sostenible”, esgrime la docente, especializada en el estudio de las implicaciones del colonialismo para las relaciones transatlánticas.
“Donde quiera que se levanten estatuas y se decreten fechas patrias, lo que está en juego es quién ejerce la soberanía sobre la interpretación dominante de los hechos y la valoración de los mismos. Los monumentos y las efemérides consolidan una determinada perspectiva histórica. Y en tiempos como los actuales, cuando numerosos grupos han obtenido acceso a recursos y canales para denunciar la exclusión –política, social, cultural y económica– de la que han sido objeto, no debe extrañarnos oírlos decir: ‘Un momento. Esa es la historia de ustedes, no la nuestra’,” sostiene Rohland, mal dispuesta a satanizar el término revisionismo.
“Entre los deberes de las historiadoras está raspar la superficie de los mitos nacionales y otros hechos, remitirse a fuentes poco consultadas, abrirse a una noción más amplia de los acontecimientos, llamar la atención hacia la existencia de personas, comunidades, incidencias y relatos paralelos que quizás han pasado desapercibidos, y conceder, si el caso lo exige, que no todo pasó como lo cuentan los libros de historia. Hay fechas que ya no podemos celebrar”, subraya la catedrática de Bielefeld. “En Alemania, a mí me incomoda ver efigies de Otto von Bismarck y Paul von Hindenburg en lugares prominentes”, admite Ströbele-Gregor.
“Ellos encarnan un aspecto terrible de la historia europea y hay un debate abierto sobre si remover sus bustos o no. Lo que aquí ya se hace, al menos en Berlín, es cambiarles el nombre a calles originalmente bautizadas en honor a alemanes que colonizaron parte de África. Eso es importante porque se trata de símbolos poderosos que contribuyen a la construcción de las identidades de los Estados, de sus ciudades y de sus habitantes”, remata Ströbele-Gregor. “Hay gente que quiere aferrarse a ciertos símbolos y otra que denuncia el anacronismo de los mismos. Es legítimo que narrativas desestimadas hasta ahora adquieran relieve. Eso es parte de nuestro Zeitgeist”, arguye Rohland.
Evan Romero-Castillo (ERS)
*Este artículo fue actualizado el 13 de noviembre de 2018 para corregir la cita en la que Túpac Katari fue erróneamente descrito como “rey de los Aymara”. La antropóloga Juliana Ströbele-Gregor aclara que él fue líder político y militar de los levantamientos contra los colonizadores españoles en Bolivia.
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