Fue un pequeño milagro. La sociedad alemana, tan polarizada en torno a casi todos los temas hace solo pocas semanas, estuvo de acuerdo: la dramática restricción de los contactos sociales, el cierre de negocios, guarderías y escuelas eran necesarios para contrarrestar la pandemia. Y Alemania se quedó en casa.
Ahora el país se atreve a salir del aislamiento, al menos parcialmente. El Gobierno ya no quiere ver a Alemania casi completamente paralizada. Por otro lado, el riesgo que representa el coronavirus sigue siendo alto, pese al aplanamiento de la curva de infección. Por eso, las restricciones a los contactos sociales se mantienen, por el momento, al menos hasta el 3 de mayo. Es un acto de equilibrio, quizás inevitable, que pondrá a prueba, justamente, el respaldo que han tenido hasta hoy los gobernantes alemanes en su manejo de la crisis.
Momento de confusión
En las próximas dos semanas y media seguiremos, básicamente, viendo solo a nuestras familias, quedándonos en casa, reduciendo la vida. Al mismo tiempo, se abren pequeños negocios, como las librerías y los vendedores de automóviles. Los jóvenes vuelven a la escuela, al menos aquellos que se están graduando de bachillerato ahora. Los centros estudiantiles volverán a abrir el 4 de mayo. Pero todavía no está claro quién podrá volver a clase cuándo. En principio, los restaurantes y hoteles permanecen cerrados. No hay obligación de usar máscaras protectoras, pero se recomienda hacerlo. Esto probablemente se deba a que, de todos modos, no habría suficientes máscaras disponibles para 80 millones de personas.
Resulta que era relativamente fácil pedirnos que redujésemos el uso de nuestros derechos y libertades. Hubo y hay buenas razones para ello. Una abrumadora mayoría de alemanes lo entendió. Y el Gobierno invirtió miles de millones de euros en la gente, para aliviar las peores dificultades. Esto fue sorprendentemente poco burocrático. Pero la situación se complica ahora.
No quiero ser malentendido: los políticos no tienen otra alternativa que someterse a este acto de equilibrio. Por supuesto, la protección de la vida de las personas está el centro de cada acción. Pero la política siempre tiene que tener en cuenta todos los aspectos, incluidos los económicos. Y ya hay ganadores y perdedores: los pequeños comerciantes respiran profundamente; los adultos mayores permanecen aislados. Algunos estudiantes pueden entrar en contacto con sus amigos nuevamente; otros, aún no.
Sin final a la vista todavía
Ahora más que nunca, el Gobierno central, los ministros presidentes de los estados federados alemanes, los alcaldes y los consejos distritales tendrán que explicar por qué cada cosa está sucediendo de esta forma, y no de otra. Y si es posible, hablar con una sola voz.
Suscríbete a nuestro boletín especial sobre el coronavirus y pulsa aquí.
Este no siempre ha sido el caso en los últimos días. Un ministro presidente se mostró a favor de una generosa relajación de la relación de las medidas; otro, en contra. Pero el federalismo ha sido una bendición en Alemania en las últimas semanas. Los virólogos también lo han elogiado porque le permitió al país reaccionar con flexibilidad ante la pandemia.
En lo sucesivo, sin embargo, no debe haber competencia entre los soberanos regionales, en torno a quien puede relajar más pronto las medidas restrictivas. Por ahora, las decisiones de este miércoles (15.04.2020) lo evitan.
Es muy posible que Alemania note ahora, con esta primera y ligera relajación, cuánto la ha cambiado la pandemia. Nada ha sobrevivido como era, no hay aún luz a la vista en el horizonte. La pandemia nos mantendrá ocupados durante mucho tiempo y, con suerte, no nos enfrentará entre nosotros: padres contra niños, estudiantes contra maestros, dueños de librerías contra dueños de restaurantes. Grupos de riesgo contra quienes no se cuentan entre ellos. Ahora mismo, no hay nada que envidiarles a quienes nos gobiernan. (rml/few)
Deutsche Welle es la emisora internacional de Alemania y produce periodismo independiente en 30 idiomas. Síganos en Facebook | Twitter | YouTube |