Clinton: coqueteando con Asia
23 de febrero de 2009Durante cerca de 50 años, el primer viaje de un nuevo ministro de Relaciones Exteriores estadounidense siempre tuvo por destino Europa o el Cercano Oriente. Hillary Clinton hizo algo diferente. Ella atravesó el Pacífico. Y sorprendió así incluso a sus anfitriones. Tokio, la primera escala, recibió consuelo por haber sido descuidado en la era Bush. Clinton aseguró a sus anfitriones que Japón es una pieza central de la política exterior de Estados Unidos. Además, llevó en su equipaje un regalo especial para el jefe de Gobierno nipón, Taro Aso: él será el primer gobernante extranjero en visitar la Casa Blanca de Obama.
La gira de la jefa de la diplomacia estadounidense estuvo diseñada como una ofensiva de simpatía. En Japón y Corea del Sur se remitió a la tradicionalmente estrecha cooperación, también en materia de seguridad. Indonesia fue una escala de particular significado simbólico. Por una parte, se trata de la mayor nación musulmana del mundo. Por otra, en los últimos 10 años tras el término de la dictadura de Suharto se ha desarrollado en el país una democracia viva. Hillary Clinton se tomó allí el tiempo necesario para aparecer en público. Por ejemplo, se la pudo ver por televisión en un popular programa juvenil. El mensaje: Estados Unidos quiere conquistar socios y amigos.
La superpotencia estadounidense apuesta pues por el “soft power” o, como dice Clinton, por el “smart power”. La concentración única de los años de Bush en la guerra de Irak y la lucha contra el terrorismo ha quedado atrás. Ahora se trata de los grandes problemas del mundo: la crisis económica y su origen en Estados Unidos figuró, de todos modos, en primer plano, en cada estación de esta gira por Asia. Clinton también demostró que la Casa Blanca ha recapacitado ahora en cuanto a la protección del medio ambiente, incluyendo en su delegación al encargado de la protección climática, Todd Stern. Y también el tema de la proliferación de armas nucleares se abordó ampliamente en Tokio, Seúl y Pekín, en vista del programa atómico norcoreano.
Pekín fue, sin duda, la estación más difícil de la gira. Anteriormente, ambas partes se habían lanzado mutuamente duras recriminaciones en materias económicas. Los nervios estadounidenses no están de punta sólo desde mediados de febrero, cuando se dieron a conocer los nuevos datos sobre el comercio exterior. De acuerdo con ellos, el déficit comercial de Estados Unidos con respecto a China aumentó el último año a 266.000 millones de dólares. Nunca un país había tenido un déficit de tal magnitud frente a otro. El nuevo ministro de Finanzas estadounidense, Timothy Geithner, ya había reprochado previamente a China mantener su moneda a bajo precio de forma artificial, para favorecer sus exportaciones. China replicó criticando tendencias proteccionistas en el programa estadounidense de 800.000 millones de dólares dirigido a reactivar la coyuntura.
Hillary Clinton se esforzó por aplacar los ánimos. Afirmó ante el primer ministro Wen Jiabao que todos están en el mismo bote. Y, en efecto, intentó conseguir más dinero chino. Ya en la actualidad, China es el país que posee más bonos estatales estadounidenses: unos 600.000 millones de dólares. Para Estados Unidos sería una pesadilla si China dejara de comprar más bonos justamente ahora. O, peor aún, si lanzara sus bonos estadounidenses al mercado.
Esto permite aquilatar cuánto se han desplazado las fuerzas en el mundo durante los últimos años. Por eso, la cooperación con China y las simpatías de Pekín son valiosas para Clinton.
Por la “nueva era” en las relaciones bilaterales anunciada por la secretaria de Estado norteamericana, tiene que pagar también el precio de hacer grandes concesiones en lo tocante a sus propios valores. Según dijo Clinton en Pekín, los derechos humanos, el Tíbet o Taiwán no deben obstaculizar las discusiones sobre seguridad, la crisis económica y el cambio climático. Los obstáculos, sin embargo, no provienen de Occidente. China es la que reacciona en forma paranoica y tiene problemas con las críticas. Durante la visita de Clinton, una vez más una serie de defensores de los derechos humanos fueron sometidos a arresto domiciliario o a una vigilancia más intensa que la habitual.