Biodiversidad amenazada en Filipinas
17 de diciembre de 2013Podría decirse que la mitológica “Diwata”, la diosa mítica de leyendas, es la guardiana de la naturaleza y el medio ambiente, y como tal se la adora en algunas regiones de las islas Filipinas. En la región al noreste de Mindanao, la segunda isla más grande de Filipinas, se encuentran las montañas “Diwata”, nombradas en honor a la deidad. Pero parece que la región ha perdido su guardiana y protectora legendaria: lo que tiempo atrás era una isla cubierta por una densa selva llena de diversa flora y fauna es hoy un territorio de biodiversidad amenazada por la deforestación ilegal, los incendios y la explotación minera.
Las montañas Diwata son parte del “Corredor de Biodiversidad de Mindanao del Este” (EMBC por sus siglas en inglés) y hogar de especies vegetales y animales únicas. El EMBC es, por ejemplo, una ruta de migración muy importante para el águila morena filipina, así como de otras 70 especies animales en peligro de extinción. Asimismo, la población de los Lumad lleva viviendo aquí durante siglos. Esta tribu indígena ya no puede mantener su estilo de vida tradicional: la región está llena de recursos naturales, y la explotación radical de estos recursos daña cada vez más la selva, base de la vida de los habitantes originales de la región. Se trata de una de las últimas selvas en las llanuras de las Filipinas.
Biodiversidad en las montañas
Además de intentar proteger la biodiversidad, otro de los mayores retos en Filipinas es el cambio climático a consecuencia de la acción humana. La isla de Mindanao se salvó del azote del gran tifón “Haiyan” en 2013, pero aún sufre las consecuencias del ciclón “Bopha”, que el año pasado dejó por los suelos pueblos y bosques enteros. Se calcula que en Filipinas queda ahora mismo entre el 2 y el 7 por ciento de las selvas tropicales originales, cuando hace menos de un siglo todavía quedaba un 70 por ciento. El archipiélago del sudeste de Asia pertenece a uno de los llamados “Hotspots de biodiversidad”, que son regiones en las que la diversidad de las especies animales y vegetales locales es grande, pero está en gran medida amenazada.
Allan Delideli lidera en Mindanao la nueva organización no gubernamental “SILDAP”, que defiende los derechos de los habitantes indígenas: “Sin la selva, las poblaciones indígenas no pueden vivir de sus tradicionales métodos de agricultura. Algunos Lumad utilizan ahora pesticidas artificiales en sus granjas; los monocultivos de plátanos o aceite de palma reemplazan cada vez más los cultivos originales. Los residuos industriales ensucian los ríos, y los suelos a menudo están contaminados con residuos tóxicos de la minería, como cianuro o mercurio”.
Los Lumad, entre la protesta y la conformidad
Aún cuando algunos Lumad organizan protestas y levantan barricadas enfrente de las compañías mineras, a muchos de los indígenas no les queda otra opción que trasladarse a otras áreas. El biólogo Jayson Ibáñez lleva investigando este problema durante años: “La minería no solo afecta a la base de la cultura indígena, sino que también perjudica las normas sociales y el sistema de valores entero de la comunidad. Esta forma de actividad económica divide una comunidad civil estable en grupos enfrentados: uno se opone estrictamente a los efectos ecológicos y económicos resultantes de todo ello, mientras que el otro defiende la explotación de recursos naturales solo por el beneficio financiero que reporta”.
De hecho, los Lumad reciben una compensación económica en los casos en los que sus tierras resulten afectadas por la actividad minera. Pero esto no es una solución al problema, puesto que supone que, al no poder seguir trabajando en la agricultura, deben buscar trabajo en otros campos, como en las compañías mineras y madereras. No todos los indígenas son, por definición, defensores del medio ambiente, recuerda el biólogo Ibáñez: “No se trata de una unidad homogénea. Muchos de ellos son muy pobres y llevan un estilo de vida tradicional. Pero también están las élites indígenas que han perdido sus raíces culturales y siguen las tendencias más populares”, explica. Y puesto que son estos los que actualmente participan en actividades políticas, representan también a una buena parte de sus compatriotas más pobres. “Estas poderosas élites indígenas se posicionan del lado de las compañías mineras y madereras”, concluye Ibáñez.
Política de desarrollo descentralizada: la salvación de la biodiversidad
En realidad, los pueblos indígenas podrían oponerse perfectamente al uso de sus tierras para proyectos comerciales: al menos, así se especifica teóricamente en la legislación filipina, en el principio de “consentimiento libre, previo e informado” de las Naciones Unidas. En la práctica, no obstante, el principio está lleno de agujeros, y según organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional, no se aplica correctamente por el gobierno filipino.
Jayson Ibáñez trabaja en constante contacto con las Naciones Unidas y el Ministerio de Medio Ambiente filipino para proteger mejor a la región montañosa y su biodiversidad de las amenazas existentes. “Dentro de los territorios ancestrales se deberían definir claramente zonas protegidas indígenas, y se deberían reconocer legalmente”, afirma Mundita Lim, directora de la “Oficina de gestión de biodiversidad” del Ministerio de Medio Ambiente filipino. “Una parte del proceso es la creación de un programa de protección de las comunidades, que fomenta ante todo los conocimientos medioambientales de los pueblos indígenas y lo pone en práctica”.
Jayson Ibáñez cree que estos objetivos son posibles. Según él, siempre que se tengan en cuenta los conocimientos y los deseos de los pueblos indígenas en los proyectos, aumentarán también las posibilidades de poder proteger la rica biodiversidad de la región.
Autora: Roxana Isabel Duerr/ lab
Editora: Emilia Rojas