Berlín o el alegre trastorno
15 de julio de 2014Berlín. Temperatura de 27 grados centígrados. Cielo despejado y esplendoroso. Bajo esta brasa se cocinaba un festejo que terminaría por refrescar, aunque fuese un poco, la densa historia de la capital germana.
¿Qué Alemania acudió de manera tumultuaria a la Puerta de Brandeburgo este inolvidable 15 de julio para festejar el título mundial de fútbol logrado en Brasil? La respuesta estaba inscrita en los rostros de los asistentes. Presentes estuvieron la Alemania estereotípica, rubia y de piel clara. Pero hubo muchas otras. Por ejemplo, la Alemania joven que no le tiene miedo al mundo exterior ni a la diversidad. O la que no tiene pasaporte alemán, pero encontró razón para identificarse con los colores negro, rojo y dorado. O la que habla español, griego o ruso. O la Alemania mesoamericana, que bajo el hombro buscaba portar también las cuatro estrellas mágicas.
Ahí reunidas, y casi tomadas de la mano, convivieron la Alemania que tira botellas de plástico y la que las recoge. La que arresta y la que delinque. La de la sonrisa perfecta y la de dientes desparejos.
Épocas enteras quedaron reunidas: algunos de los presentes festejaban por primera vez un campeonato mundial; otros fueron a Berlín con el recuerdo intacto de 1954, 1974 y 1990.
“Teamgeist“, espíritu de equipo. Así quizá podría resumirse ese terreno común que miles y tan variadas personas buscaron y encontraron, y que les permitió alcanzar un peculiar objetivo: convertir a Berlín en un mayúsculo y alegre trastorno.
Los chicos de Jogi
El centro de la atención fueron esos "once hermanos“ que como grupo son casi igual de diversos, y que prácticamente se integraron a la multitud berlinesa. Toni Kroos, quizá antes de viajar a Madrid, firmaba autógrafos al unísono junto con el técnico Löw. Jerome Boateng donaba sus lentes a la multitud. Todos festejaban, incluso perdiendo el estilo al mofarse del equipo argentino. No fue el público, sino los festejados, quienes pusieron la mancha en el festejo.
Chicos de Baviera viajaron cientos de kilómetros para recordar que fue uno de ”los suyos“, Mario Götze, quien hizo posible el campeonato y el festejo.
Bajo la cuadriga, ningún John F.Kennedy se declaraba “Berliner“, y tampoco apareció el Ronald Reagan que pidiera a Mijail Gorbachov “derribar el muro“. Las antiguas barreras cedieron el sitio al portal dominado por la imagen televisiva que amplificaba la fiesta.
Todo Berlín a la carga
La celebración no conoció barreras. Ya en el aeropuerto de Tegel, la presencia del seleccionado campeón causó tumultos desde temprano, y la presencia de un riguroso dispositivo de seguridad.
Las filas humanas no dejaron de abarcar a todo lo largo las calles por donde pasaría el vehículo con los héroes. Algunos se sabían cerca de los campeones mundiales. Una niña de cuatro años, en cambio, presumía por teléfono: ”Mami, vi a unos futbolistas“.
Desde la ingenuidad o la consciencia, unos y otros acudieron a Berlín para atrapar ese momento, esa imagen, esa canción, ese baile hip-hop. Para flotar en la alegría comunitaria. Para tocar la acolchonada nube del triunfo hasta que un día, quizá si se lo proponen todos juntos, logren atraparla para siempre.