A contrarreloj
15 de julio de 2011“We are running out of time”, advirtió el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Tim Geithner. “Ha llegado el momento de tomar una decisión”, sentenció su presidente, Barack Obama.
Si hasta el próximo 2 de agosto no se llega a un acuerdo en el Congreso que permita elevar el límite fijado a la deuda pública estadounidense, el país tendrá que declararse insolvente. Eso significaría que el Estado no podría costear las pensiones, las rentas, los sueldos, los gastos… “lo que tendría un impacto directo en las familias norteamericanas”, dijo la demócrata Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes.
“Los ojos del país están puestos en nosotros”, reconocía Geithner, “y también los del mundo”. Las agencias de rating han empezado a avasallar seriamente al gigante. Las consecuencias de una suspensión de pagos en la principal economía del planeta “generarían un maremoto en el sistema financiero global”, aseguró Ben Bernanke, jefe de la Reserva Federal de EE UU.
Las agencias advierten
Moody’s estaría barajando la posibilidad de retirarle la etiqueta de la triple A a los bonos estadounidenses. “Existe un pequeño pero creciente aumento del riesgo”, indicó la agencia, “que podría dejar sin justificación una calificación tan alta como la actual”. Con ella coincide Standard&Poor’s. De momento, nada de esto pasa de la advertencia, lanzada directamente hacia los responsables políticos, pero el mundo tiembla al pensar en los estragos que las valoraciones de estas compañías ocasionan en Europa, y en estos elevados a la enésima potencia si el objeto de la rebaja es la credibilidad financiera de Estados Unidos.
Para mantener la capacidad de acción de su Gobierno, Obama necesita que el endeudamiento pueda superar los 14,3 billones de dólares. Presentando un programa de recortes de dos billones de dólares conseguiría tal vez que los republicanos le dieran el sí a engrosar la deuda por la misma cuantía, se rumorea en los pasillos del Congreso como posible último deal sobre la mesa. Sin embargo, con el acuerdo entre demócratas y republicanos podría no estar todo hecho: si éste no convence, S&P seguirá planteándose el recortarle alguna A a la nota norteamericana.
Imprevisibles consecuencias
“No firmaré ninguna solución a corto plazo”, declaró combatiente Obama, y eso pese a que no sólo los republicanos, los mercados, las agencias de rating y los ciudadanos le presionan para que encuentre “una solución a la crisis de la deuda”; también China, el mayor acreedor del país, pide “políticas responsables” que se salvaguarden los intereses de los inversores.
Las consecuencias de una debacle financiera en Estados Unidos son difíciles de medir. Si la Casa Blanca se queda sin liquidez y las agencias de rating cumplen con su anunciado castigo, “a EE UU le costará más conseguir crédito, lo que no va a contribuir a la recuperación económica del país y probablemente haga que empeore su principal problema: el desempleo”, analiza el politólogo de la Universidad Libre de Berlín Christian Lammert.
Igual de impredecibles resultan los efectos que tal cosa tendría en el resto del sistema: “si los mercados funcionaran realmente de un modo racional, se podrían adelantar acontecimientos”, comenta Josef Barml, experto en política americana del German Council on Foreing Relations, “pero todos sabemos que los mercados no son en absoluto racionales”.
Autor: Iveta Ondruskova/ Ralf Schauff/ Luna Bolívar/ rtrd/ afpd
Editor: Pablo Kummetz