Empezaré desde la desconfianza, la óptica que como periodista centroamericano he perfeccionado con los años y a golpe de decepción: el electo presidente de Guatemala, Bernardo Arévalo, tiene el camino cuesta arriba para cambiar su país como lo ha prometido. Dicho esto: Arévalo, con su mensaje democrático y plural, que huye del personalismo rampante en la región, rompe el patrón que se extendía por Centroamérica, el de presidentes militaristas, caudillos, mesiánicos, con un profundo desprecio por los rasgos democráticos: desde el dictador hecho y derecho de Nicaragua, pasando por el dictador en ciernes de El Salvador, hasta llegar al presidente costarricense y sus gestos de matonería con la prensa independiente, inéditos en un país como ese.
Arévalo, a día de hoy, es distinto.
Lo suyo no fue ganar, sino dar una paliza al sistema político corrupto de Guatemala. En la primera vuelta, cuando el voto nulo fue del 17 por ciento de quienes asistieron a las urnas, el exdiplomático y exdiputado guatemalteco logró el 11 por ciento de los votos. En la segunda vuelta, en competencia con Sandra Torres, una política que es calco de otros políticos guatemaltecos que han desbaratado ese país, una mujer obsesionada con el poder que acaba de perder su tercer intento por llegar a la Presidencia, Arévalo obtuvo el 58 por ciento de los votos. Arrasó en la capital con casi un 80 por ciento de las papeletas, e incluso ganó en departamentos con alta población indígena, como Huehuetenango, donde los partidos tradicionales han fraguado durante décadas una base social a punta de repartir en períodos electorales dádivas a los campesinos que luego conminan al olvido.
Arévalo y su vicepresidenta son distintos.
Lo acompaña en la vicepresidencia una mujer, Karin Herrera, cuyo currículum dista mucho del de los políticos centroamericanos que ostentan el poder y que tienen años de ser eso mismo, políticos en busca de poder: ella es bióloga, con maestría en estudios ambientales y doctorado en ciencias políticas y sociología. Entró a la política partidaria apenas en 2022, durante el proceso del partido Semilla para elegir a la fórmula que acompañaría a Arévalo, y tras las protestas populares contra la corrupción que iniciaron en 2015.
Arévalo, en su campaña, fue distinto.
No cedió ante la caverna en un país conservador como Guatemala. Su contrincante Torres sí que se adentró en la caverna de siempre y, queriendo insultar, llamó gays ("huecos”, les dijo) a los miembros de Semilla y no se cansó de llamar uruguayo a Arévalo (que nació allá durante el exilio de su padre, el expresidente democrático Juan José Arévalo) y hasta llegó a decir que "la ignorancia es la riqueza cultural de nuestro pueblo”. Arévalo se mantuvo con su discurso democrático, hablando de incluir a más sectores en la discusión pública, de respetar la división de poderes, pero de construir consenso nacional a mediano plazo, para que quien venga después no destruya todo para rehacer a su modo. Habló de buscar el retorno de los exfiscales y exjueces que están en el exilio, perseguidos por sus acusaciones o condenas en contra de poderosos exmilitares, políticos o empresarios. Del otro lado, haciendo gala del simplismo político que considera a la sociedad un montón de gente con poca inteligencia, Torres repetía: uruguayo, uruguayo, uruguayo.
Arévalo, hoy por hoy, es distinto. Torres, hoy por hoy, es idéntica a tanta gente que ya gobernó Guatemala. Arévalo ganó. Torres perdió. Eso ya marca el tono de esta Guatemala. Eso ya es historia. Es histórico.
Arévalo es distinto. Cierto. Y por eso, Arévalo está ante una cuesta muy empinada. Porque Guatemala, en muchos aspectos, aún no es distinta.
Tiene a un Ministerio Público (MP) con sus principales jefaturas incluidas en la lista Engel de corruptos según Estados Unidos por favorecer a políticos que robaron o por desmantelar la democracia. Esos mismos fiscales intentaron bloquear la candidatura de Arévalo con Semilla, aduciendo que hubo firmas falsas en la conformación de ese partido hace seis años, y a pesar de que las denuncias de unas cuantas firmas falsas fueron interpuestas por el propio partido tras detectarlas. Arévalo, si el MP no logra recortar ese número, será un presidente con solo 23 de 160 diputados, en un parlamento controlado por los partidos corruptos de siempre. Esto sin contar que Arévalo, con su mensaje democrático y concertador, entra a un escenario donde mucho poder está en manos de quienes no entienden de eso: criminales, narcotraficantes y exmilitares que cooptaron algunas instituciones públicas, que buscan a toda costa que no se condene a los asesinos del conflicto armado.
Arévalo es distinto y esta Centroamérica necesitaba a gritos a alguien distinto. En una región que ya padece a matones y matonerías, militares, regímenes de excepción, megacárceles, Bukele y quienes quieren ser como él, Ortega y su dictadura, Arévalo ha roto la tendencia. Donde otros dicen "solo yo”, él dice "ampliemos la mesa”. Donde otros dicen "mi pueblo”, él dice "integremos a los cuatro pueblos de Guatemala” (maya, xinka, garífuna y ladino).
Arévalo, el distinto, está ante la cuesta. Si la logra subir, otro modelo político surgirá en una Centroamérica que de momento opta por el caudillo, por lo de siempre.
(dzc)