Argentina: "Que la presidenta sea mujer influye en la crisis"
2 de abril de 2008Cristina Fernández no lo está teniendo fácil como recién estrenada presidenta de Argentina. O, como dice ella misma, “nunca un Gobierno había recibido tantas ofensas ni tantos insultos”. El sector agropecuario lleva 20 días de paro laboral. Esta rama es vital. De ella sale el 61% de las exportaciones y podría estancar la economía de todo del país. Y, mientras tanto, en Buenos Aires se ha empezado a racionar la leche.
Desde Alemania, ¿cómo observa los acontecimientos que se están produciendo en Argentina?
Jorge Gordín: Con una mezcla de interés y decepción. Lo que está sucediendo en Argentina, recién al comienzo de la administración de una nueva presidenta, es preocupante. No se trata simplemente del clásico cacerolazo, sino que trae reminiscencias del rol que tiene el sector agropecuario, para bien y para mal.
¿Cuál es el problema entorno a los impuestos a las exportaciones de productos agrícolas?
J. G.: Uno de los instrumentos de la política económica en los países que dependen del sector exportador es el de las retenciones a las exportaciones. De alguna manera, éste es un elemento de redistribución social. La justificación es que el país tiene que ser partícipe de las ganancias.
El contraargumento del sector agropecuario es que muchos de los recursos se han utilizado para lo que en Argentina se llama 'política populista'. El Gobierno del presidente Kirchner usó muchos de esos fondos para hacer una política social que, si bien es positiva, se hizo de una manera precipitada, y algunos argumentan que con intereses electorales.
Y ahora esas retenciones han subido…
J. G.: Sí. Por ejemplo, el impuesto a la soja, uno de los principales monoproductos, pasa de un 27 a un 40%. Estamos hablando de un incremento importante y eso tiene que ver con un problema clásico en Argentina que es el de la inflación. Una de las consecuencias inesperadas del crecimiento ha sido el aumento de la inflación. El Gobierno tiene ahora que recurrir a medidas de saneamiento fiscal e impedir que el déficit avance.
¿Carece entonces de justificación la indignación con Cristina Fernández?
J. G.: Sí y no. Estamos hablando de la llegada al poder de un matrimonio, y eso no es fácil de separar en el ideario colectivo. La indignación está justificada, por un lado, con el Gobierno de [Néstor] Kirchner se convirtió en el paradigma de la transparencia pero ha estado salpicado por diversos escándalos de corrupción. Pero la indignación con el Ejecutivo que fue recientemente elegido no la puedo entender.
Por otro lado, no nos olvidemos que es la primera vez que hay una presidenta mujer electa, que tiene que ser al mismo tiempo lo suficientemente fuerte para enfrentar la adversidad, y eso lo pueden aprovechar los sectores que quieren cambiar el rumbo de la política.
¿Influye en esta crisis el hecho de que la presidenta sea mujer?
J. G.: Yo creo que sí.
¿En qué sentido?
J. G.: En el sentido de que la última experiencia de una mujer presidenta, la de Isabel en los años 70, ha sido la de una administración que no tuvo capacidad de respuesta y se vio avasallada por los acontecimientos. Por supuesto que era otro contexto, pero no existe un modelo anterior de un Ejecutivo femenino en Argentina que haya tenido la firmeza suficiente para mantener el poder en los momentos de crisis.
Pero ejemplos de hombres que no lo lograron hay también de sobra…
J. G.: Naturalmente, yo no digo que éste sea el factor decisivo, pero sí un factor distintivo. No es el factor de género el que determina las capacidades objetivas, pero sí creo que en este caso se ha dado una constelación de elementos: una administración recién llegada, no establecida, a la que ya se le pasó el periodo de tolerancia… y por otro lado el legado de un país en el que todavía ver a un Ejecutivo manejado por una mujer es una cosa por tantearse.
¿Cómo debería el Gobierno enfrentar la situación?
J. G.: Con mucha calma. En el sector agropecuario, como en todos los sectores productivos, están los grandes y los pequeños. Los grupos grandes, globalizados e internacionalizados, sufren menos con las retenciones. En cambio los pequeños sí se ven muy perjudicados.
Lo que propone el Gobierno es no bajar el impuesto a la exportación pero dar algún tipo de subsidio a los productores más pequeños. La medida es viable. Ahora, si los sectores poderosos la van a aceptar con los brazos cruzados, esa es otra pregunta y ahí es donde estamos ahora esperando a ver qué ocurre.
Europa, Alemania, España y la dependencia del campo. ¡Siga leyendo!
La dependencia excesiva del sector agropecuario parece ser la respuesta a muchas preguntas, ¿tomaron los gobiernos anteriores medidas suficientes para reducirla?
J. G.: Más no que sí. Ha habido intentos tímidos de que Argentina pueda explotar otros nichos en el comercio internacional, pero siempre con mucha discontinuidad. El problema es que, con cada administración viniendo y poniendo a su gente, no ha habido un cuadro permanente de burócratas, como existe en algunos países europeos o incluso en Brasil. En Argentina no se ha dado ningún intento sistemático serio de reemplazar al sector agropecuario como un sector clave en cuanto al comercio internacional.
¿Dónde ve posibilidades de diversificación para Argentina?
J. G.: Argentina podría dinamizar su sector financiero, como lo ha hecho Chile, pero la ventaja relativa la tiene en término de recursos humanos. Todavía existe potencial para generar investigación, por ejemplo, en la medicina o en la petroquímica… nichos con los que sí se podría balancear el peso excesivo que tiene el sector agropecuario. Lamentablemente, Argentina no ha hecho sino exportar cerebros, preparados en Argentina pero que hoy los vemos ocupando cargos de investigación importantes en Estados Unidos y Europa.
Los organismos internacionales desconfían del modo en que Argentina calcula la inflación, y los mismos argentinos evitan el peso a la hora de ahorrar, ¿hay motivos para la desconfianza?
J. G.: La desconfianza está perfectamente justificada porque existe evidencia de la manipulación de datos sobre la inflación, y sí, en Argentina no se confía en la moneda local: esas no son cosas que vayan a cambiar a corto plazo.
La explicación es que el éxito en términos de crecimiento está sostenido por un contexto que lo favorece, pero todo el mundo sospecha que si por hache o por be cambia el contexto, posiblemente el modelo Kirchner se caería.
¿Qué papel han esos los organismos en esta crisis?
J. G.: Ante todo, el rol ha sido pasivo. Argentina es un país al que estos organismos miran con respeto forzado, una pequeña dosis de desprecio y, sobre todo, preocupación.
Y la UE y sus países insignia, Alemania y Francia, ¿ignoran la situación en Argentina?
J. G.: Yo no creo que la ignoren, pero son países no han tenido en ningún momento un papel relevante en cuanto a las relaciones económicas de Argentina con la Unión Europea: todo eso pasa a través de España. Cuando se produjo la gran privatización en Argentina, el gran comprador de pasivos ha sido España. La lente por la que en Europa se mira lo que ocurre en Argentina pasa por la relación bilateral con España, y España tiene el rol en Argentina de vocero de la Unión Europea.
¿Cómo es, en su opinión, esa relación con España?
J. G.: Argentina pasa del mejor al peor alumno de la clase, de momentos de crisis que llevan titulares el New York Times, a momentos de éxito. Esa situación ambivalente también salpica las relaciones comerciales con España, porque las empresas españolas en momentos de buenos generan en Argentina más ganancias que en otros lados, pero de nuevo está el momento de las vacas flacas.
¿Sobrevivirá Cristina Fernández a esta crisis?
J. G.: Posiblemente sí. Estamos recién al principio del camino. Por más lesiones que deje este momento, todavía tiene muchas oportunidades de hacer política pública y social, y sobre todo de tomar una postura más realista en el plano internacional.