Antropólogo: “El sincretismo es típico de Latinoamérica”
20 de octubre de 2008Constantin von Barloewen nació en Buenos Aires en 1952, creció entre Argentina y Alemania y actualmente vive en París mientras da clases de antropología comparada en la germana Escuela Superior de Diseño y Artes de Karlsruhe. Autor de diversos libros con América Latina como protagonista, Barloewen responde a las preguntas de DW-WORLD.
En su libro La antropología de la globalización defiende usted que la cultura latinoamericana se distingue en muchos aspectos (como la actitud ante la muerte, la naturaleza, las relaciones hombre-mujer…) de la norteamericana. ¿Imposibilita esto el diálogo entre ambas culturas?
Constantin von Barloewen: Por lo menos lo hace difícil. En realidad, entre latinoamericanos y norteamericanos todas las constantes antropológicas, si se las puede llamar así, se diferencian considerablemente. Latinoamérica se ha visto influenciada durante siglos por una escolástica católica que es metafísica, espiritual y trascendental. Esta trascendencia es fundamental y entra en contradicción con la tradición norteamericana que es pragmática, empírica, lógica y analítica.
La cultura del vencedor es en su opinión un concepto ajeno a los latinoamericanos, que prefieren cultivar la dignidad del vencido. ¿Puede poner un ejemplo de lo que significa esta hipótesis?
Si pensamos en el cuadro de [Diego] Velázquez: un vencido conserva la dignidad incluso cuando está hundido en el fango. Un ejército hundido en el fango puede preservar la honra aunque haya perdido todo lo material. Algo así sería impensable en Norteamérica. La cultura norteamericana es la cultura del triunfo, de los números grandes, del great number.
Usted habla de una “relativa falta de lugar” de los latinoamericanos, que deja su huella en la literatura. ¿A qué se refiere?
Me refiero a escritores como Ortega y Gasset, que estuvo por primera vez en América Latina en 1917, viajó por Argentina y describe maravillosamente los llamados “horizontes abiertos” de Latinoamérica. Me refiero a Octavio Paz y a su El laberinto de la soledad. Me refiero a Borges y a su magnífico El Sur. Me refiero también a películas como las de Fernando Solanas o de Carlos Sorín, el director argentino de esa espectacular película que es Bombón, el perro. Esa falta de lugar, que siempre está relacionada con el sur, es específica de la literatura y la cultura latinoamericanas.
Según usted el ensayo es la forma de expresión latinoamericana por excelencia. Ese escritor de ensayos, al que usted también llama “pensador”, ¿no existe en el Viejo Mundo?
Por supuesto que existen predecesores europeos del “pensador”. Lo específico de América Latina es la unidad de pensamiento entre literatura, política y ciencia. Carlos Fuentes, Octavio Paz, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias o Guimarães Rosa en Brasil: todos ellos fueron mensajeros. Todos ellos son figuras entre la literatura y la política. También por el posicionamiento que toma el escritor latinoamericano con respecto a los temas sociales, a la cuestión de la Justicia. Pese a todos los predecesores europeos, creo que ésta es una particularidad latinoamericana.
América Latina, ¿un ejemplo para el mundo? ¡Siga leyendo!
En Antropología de la globalización escribe usted de una forma muy cercana al ensayo. Su descripción de la pequeña localidad de Sosua, en la República Dominicana, es tan rica en imágenes que se asemeja a un guión de cine. ¿Son sus “raíces latinoamericanas” las que le llevan a relatar de ese modo?
Seguramente, aunque hay que decir que el texto de Sosua tiene carácter literario. En 1982 trabajaba como profesor en la Universidad de Harvard y viajé la República Dominicana. Por aquel entonces Sosua era una provincia desconocida en la que vivían inmigrantes judíos, hoy lamentablemente casi se ha convertido en un lugar turístico.
Yo creo que la inteligencia intuitiva es superior a la empírica y que, al final, se acerca más a las cosas. No creo en la llamada objetividad de las ciencias humanas, tal y como se la conoce en las naturales. La inteligencia intuitiva es, en mi opinión, muy importante para la antropología.
¿Cree usted que América Latina puede ser para el resto del mundo “un ejemplo de superación de las barreras religiosas y raciales”? En algunos países, como en Brasil, el racismo está todavía hoy muy extendido.
Me queda claro que Brasil no es para nada una democracia étnicamente hablando como anunció Gilberto Freyre con excesivo optimismo y eufemismo en los años treinta. Por otro lado, no creo en el dominio continental de los Estados Unidos, aunque pueda ser instaurando con tanques en cualquier parte del mundo, como en Irak.
Yo creo en un mundo multipolar, en un mundo de archipiélagos como el que vive América Latina desde hace tiempo. El sincretismo es típico de Latinoamérica. Pese a que hay racismo, América Latina nunca ha vivido una guerra civil entre blancos y negros. La lógica híbrida caracteriza a América Latina, así podría decirse. El logos y el mito van unidos, no el utilitarismo como sucede en Norteamérica.
Y usted cree también en la “incompatibilidad de la cultura latinoamericana con los desafíos de la civilización tecnológica”…
La compatibilidad entre tecnología y cultura es en América Latina diferente a en Norteamérica. Al mismo tiempo, también la espiritualidad es otra, lo que lleva a una ética del trabajo diferente. El carácter retórico de las constituciones democráticas ilustra esta situación. En América Latina se copió mucho de Europa, pero las constituciones eran sólo papel, maculatura.
El subcontinente mantiene todavía hoy una relación difícil con la modernidad. Las constituciones siguen teniendo en muchos casos un carácter meramente retórico, con poca relación con la realidad. Es como una cobertura de chocolate sobre un pastel. El pastel es la herencia cultural de 400 años, la modernidad apenas lo cubre, pero no llega a penetrar en él.
En algunas regiones de América Latina poseen una lógica, un racionalismo propio. Pacha mama, la madre naturaleza, tiene otro significado. La naturaleza no está para ser subyugada militarmente, como en América del norte, sino que por su carácter sagrado el hombre tiene que supeditarse a ella. Modernidad, en este caso, es para mí sinónimo de violación de la tradición cultural.