La política de Trump en Cercano Oriente
18 de enero de 2018Ahora sí viajará. A principios de diciembre, el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, tuvo que suspender su viaje al Cercano Oriente. Demasiado poco propicio era el clima, tras la decisión de su jefe, el presidente Donald Trump, de reconocer Jerusalén como capital de Israel y trasladar la embajada de EE.UU. de Tel Aviv hacia allí.
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Luego de este anuncio, la imagen de Estados Unidos en vastos sectores del mundo árabe se vio deteriorada. Sobre todo los palestinos se sintieron groseramente desairados. Así es que, tanto en Washington como en las capitales de Cercano Oriente, se consideró más prudente postergar el viaje. Pero ahora llegó el momento. Pence parte este 19 de enero. Lo esperan en Jerusalén, en El Cairo, y, -acordado a último momento-, también en la capital jordana, Amán.
Política de aislamiento
El viaje del vicepresidente prácticamente coincide con la fecha del primer aniversario de gobierno de Trump. El 20 de enero de 2017 asumió sus funciones el nuevo presidente de EE.UU. Básicamente, sostiene el experto André Bank del Instituto GIGA de Hamburgo de Estudios sobre el Cercano Oriente, el curso político de Trump en el mundo árabe no se aparta tanto del de su antecesor. Y esto es particularmente válido si uno lo compara con las políticas en otras regiones del globo. "La relación con Europa ha empeorado considerablemente en la era Trump. En el Cercano Oriente, por el contrario, y especialmente en Siria, no ha habido tantos cambios. Básicamente los norteamericanos prosiguen un curso aislacionista.
Política de símbolos en Siria
En Siria, por ejemplo, el antecesor de Trump, Barack Obama, mantuvo durante todo su mandato un curso muy mesurado. En el verano de 2012 Obama le hizo llegar una clara advertencia al gobierno sirio: si utilizaba gas venenoso contra sus enemigos, estaría pasando una "línea roja”. El presidente sirio Bachar Al Asad se mostró impasible. Un año más tarde, en agosto de 2013, se produjo un ataque con armas químicas - se estima que 1.300 personas perdieron la vida-. Y Obama se limitó a emitir declaraciones de indignación, sin adoptar medidas militares directas. Eso sí, EE.UU proveyó de armamento a los rebeldes sirios moderados.
Esto constituyó una reacción por demás recatada, comparada con el grado de involucramiento que desde 2015 muestra Rusia en favor de Al Asad. Junto a tropas iraníes, Putin intervino en la guerra y evitó así la caída del presidente sirio. Que éste, según organizaciones de derechos humanos internacionales, fuera responsable de violaciones a los derechos humanos, a Putin no le importó. Otra cosa le importó más: volver a erigir a Rusia en un actor decisivo en el Cercano Oriente.
Con el nuevo rol de Rusia incluso Donald Trump se ha resignado en gran parte. Y se conforma con acciones simbólicas, tal como en abril de 2017, en que ordenó un ataque aéreo contra la base de la fuerza aérea siria de Shayrat, al noreste de Damasco. La ofensiva fue espectacular, pero EE.UU. no continuó la embestida.
Guerra contra "Estado Islámico”
También en otro aspecto la Administración Trump continúa el ejemplo de Obama: en la guerra decidida contra la organización terrorista "Estado Islámico”. Luego de que Obama ya en el verano de 2014 ordenara ataques aéreos masivos contra los yihadistas, ahora también Trump apuesta por medios militares. Recientemente se conoció que EE.UU. pretende establecer en el norte de Siria una "tropa de protección de frontera” de cerca de 30.000 hombres, integrada por moderados contrarios a Asad y combatientes de la milicia kurda YPG. Estos son cercanos al Partido de los Trabajadores de Kurdistán, PKK, activo principalmente en Turquía, en donde es considerado una organización terrorista.
Al mismo tiempo, este grupo emergente buscaría contrarrestar la influencia de Irán en Siria. Los conflictos con el socio de la OTAN Turquía, por un lado, y con Irán (y por consiguiente también con Rusia) por otro, parecen estar programados con anticipación, aun cuando Washington no busque el conflicto con Teherán, según afirma André Bank: "Evitan una confrontación directa con Irán. E incluso al régimen dictatorial de Asad, apenas lo combaten.”
Danza de los sables con autócratas
En Estados Unidos Donald Trump no es precisamente reconocido por su delicada sensibilidad para el Cercano Oriente. El periodista Michael Wolff, que en la actualidad hace furor con su libro sobre Trump "Fuego y furia”, le adjudica a éste una visión muy limitada de la región. Esta se habría basado principalmente en la visión de tres asesores: "en el aislacionismo de Bannon (les deseamos lo peor, y nos mantenemos al margen), en la postura anti-iraní de Flynn (en todo el mundo no hay una insidia y una peligrosidad como la de los mullahs), y en la admiración de Kushner hacia Kissinger (no es que Kushner encarne una opinión propia, sino más bien que procura aplicadamente seguir el consejo de un hombre de 94 años de edad).”
Sobre esta base, Trump se ha interesado poco por la democracia y los derechos humanos en el área. Preferentemente mantiene contacto con gobernantes autoritarios, tal como se vio en mayo del año pasado en su viaje por la región. La ya famosa danza de los sables en Riad así lo documenta, tanto como la cercanía al presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi.
Vía libre para Arabia Saudita
El ministro de Defensa y príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, recibió un espaldarazo en política exterior con la cercanía de Trump públicamente documentada. A ambos los une una desconfiada, si no hostil visión de Irán, el mayor rival de Arabia Saudita en la región, contra el cual los sauditas llevan adelante una guerra subsidiaria en Yemen.
El presidente de EE.UU., afirma el experto en Arabia Saudita de la Sociedad Alemana de Política Exterior Sebastian Sons, se ha posicionado claramente en este conflicto. "Donald Trump ha mostrado sobre todo con su primer viaje oficial a Riad que claramente apoya a Arabia Saudita. Prácticamente les da vía libre para hacer lo que quieran”.
Donald Trump no ha reinventado la política de EE.UU para el Cercano Oriente, sino que se alinea en la de sus antecesores. En cuanto a estilo, en palabras y actuaciones, sí despliega nuevos acentos. Junto con decisiones no convencionales, como la de reconocer Jerusalén como capital de Israel, ha dañado la reputación de su país en la región.
Autor: Kersten Knipp (MD/ERS)
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