América Latina: "Entre Dios y el César"
12 de febrero de 2018Sobre el trasfondo de los movimientos religiosos que llevan al poder a un alcalde en Río de Janeiro contario al carnaval y que podrían ascender al sillón presidencial costarricense a un periodista y cantante evangélico, DW conversó con José Luis Pérez Guadalupe*, autor de "Entre Dios y el César”, publicado por la Fundación Konrad Adenauer y el Instituto de Estudios Social Cristianos.
DW: ¿Cómo entiende usted los resultados de la primera vuelta en Costa Rica, en donde de ganar Fabricio Alvarado antes sacaría a su país del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que aceptar el matrimonio igualitario?
Pérez Guadalupe: Hay que contextualizar históricamente. Si bien en la década de 1980 los intentos por consolidar "partidos confesionales evangélicos” fueron un fracaso, desde la década de 1990 se viene consolidando el neopentecostalismo. Su propuesta no es política ni técnica. Ellos atraen a través de una agenda moral. De "adecentar la política" han pasado a centrarse en temas provida, profamilia y contra el matrimonio homosexual. Aunque los neopentecostales son sólo una parte de los evangélicos, estos se aglutinan en torno a estos temas. Y también el conservadurismo católico. Aunque los unos siguen siendo anticatólicos y los otros antievangélicos, en estos temas van juntos.
DW: En su libro "Entre Dios y el César” usted afirma que estos líderes moralizadores carecen de experiencia de ciudadanía. ¿En la experiencia de ciudadanía cabría, por ejemplo, la comprensión de que hay acuerdos internacionales de derechos humanos que un Estado no se puede saltar sin más?
Primero que todo, diferencio entre "evangélicos políticos” y "políticos evangélicos”. Ser un político evangélico –o católico, o de izquierda, o de derecha– es participar activamente en la política, en algún movimiento ciudadano. Que tenga convicciones religiosas, ciudadanas, ideológicas es válido, normal y saludable.
Pero a lo que nos enfrentamos ahora es a "evangélicos políticos". Son pastores, no políticos; moralizadores, no gestores. Pretenden trasladar su popularidad religiosa al ámbito electoral. Sin embargo, pasadas las elecciones, su participación política –en la economía, en la inseguridad ciudadana– es nula, porque no tienen nada que ofrecer. Cuando digo no tienen sentido de ciudadanía ni siquiera me remito al tema internacional, sino que dentro de sus mismos países ellos no han formado ciudadanos. Están apelando a creyentes, aludiendo al sustrato cristiano de América Latina.
Volviendo a los versículos de san Mateo que dan nombre a su libro, ¿por dónde debe correr la línea divisoria entre Dios y el César?
Que la moneda sea para el César significa que no hay rechazo a las autoridades instituidas. Pero que cada uno a lo suyo. No confundamos el ámbito de la religión con la política y menos el Estado con la Iglesia. Como ahora: las personas pueden ser creyentes cristianas, pero quien vota es el ciudadano. Y si la mayoría tiene un pensamiento valorativo respecto a un tema, que se exprese en los ámbitos delimitados. Peligrosísimo me parece que, como lo está haciendo Fabricio Alvarado en Costa Rica, se quiera llegar a la presidencia proponiéndose como la promesa de Dios. Esta propuesta teocrática entra en el campo del integrismo religioso.
"Los evangélicos llegaron para quedarse, se quedaron para crecer y crecieron para conquistar”, afirma usted en su libro. ¿Conquistar qué exactamente?
Lo que siempre han querido conquistar es a las personas, rechazando temas sociales. ¿Quieren conquistar poder político? Yo creo que no, son advenedizos en la política y como grupo suelen diluirse, desastrosamente, antes de llegar. A menos que llegue un líder carismático, que entendiendo perfectamente el funcionamiento de un país los manipule para llegar al poder.
¿Es verdad que son mayoritariamente las clases menos favorecidas las que han optado por "la iglesia de garaje”?
Pentecostales y neopentecostales llevan el estigma de ser pobres, pero no estoy de acuerdo. Los neopentecostales no son de sectores populares y los pentecostales de toda la vida –los de los años 60 y 70– ya ascendieron de categoría social también. Es la mutua manipulación: los políticos profesionales de izquierda o derecha los quieren adentro, porque supuestamente sacan votos. Lo que siempre se ha dado, más bien por un conservadurismo más religioso que político, es que siempre han estado más cerca de la derecha que de la izquierda.
¿Así se explica que en Colombia, para el referéndum por la paz, el voto evangélico se sumara a favor del "no" que lideraba el ala política más conservadora?
Sí, en Colombia los unen temas, no partidos ni candidatos. Pero hay que diferenciar: dos millones de evangélicos votaron a favor, y dos en contra. En Perú, de 130 congresistas, cinco son evangélicos. De esos cinco, tres pertenecen al fujimorismo; los otros dos provienen de ahí. Es decir, sí, suelen estar más cercanos a la derecha y al conservadurismo católico. Pero también, al conservadurismo político casi profascista.
Votar en contra de la paz, votar en contra de la igualdad de género, en contra de los derechos de las minorías. ¿Su ascenso, como opinan ciertos analistas, representa un retroceso civilizatorio?
Las consecuencias que tendría su éxito sería, según el derecho internacional actual, un retroceso civilizatorio, sí. Pero no es su objetivo. Su objetivo no es contra algo sino pro algo. Y no es necesariamente pro valores cristianos, sino de su propia interpretación de ellos.
¿Cómo ve usted la aseveración de que el ascenso de los evangelistas en América Latina se debe a que hemos pasado de la "teología de la liberación" a la "teología de la prosperidad"?
Es innegable que ha habido un gran influjo de lo más conservador de la derecha norteamericana, de los "evangelicals", que son los que traen la "teología de la prosperidad". Hay que diferenciar porque "evangélico" en América Latina es todo movimiento protestante en general. Estamos hablando de los neopentecostales, minoritarios, pero con influencia. Son Iglesias donde el pastor es su dueño. Compran estadios, templos inmensos, emisoras de radio. Es una fenomenología muy distinta a los pentecostales clásicos, a los evangélicos clásicos y más aún a los protestantes clásicos que llegaron a fines del XIX. Logran influencia acudiendo a un tema valorativo –encarnando valores cristianos– en torno al cual aglutinan tanto a evangélicos como a católicos.
¿En dónde radica el atractivo? ¿Qué recibe un feligrés neopentecostal que no reciba un católico de su Iglesia?
Por qué se van los católicos es un tema complejo sobre el que en 1992 escribí un libro. Lo que queda claro es que el católico se vuelve evangélico y luego se vuelve neopentecostal. Lo interesante es que ahora ya no son clases populares, sino clases medias y altas. Su meta son personas que tengan injerencia, líderes con incidencia. Han cambiado de metodología, ya no son pobres, son ricos. Allí se va adecuando perfectamente bien la teología de la prosperidad.
Es un recalentado de judaísmo mal interpretado: cuanto más dinero tienes es que Dios te está bendiciendo más. Esto no tiene nada que ver con la ética protestante (luterana) que por definición se basaba en el trabajo. Aquí se basa en una supuesta promesa divina; resulta atractivo en mundo posmoderno donde efectivamente eso del sacrificio, esfuerzo, lealtad y fidelidad ya no vende. Lo otro es netamente funcional, inmediato, del disfrute.
¿Dónde vería usted la diferencia entre Mike Pence, vicepresidente estadounidense, Marcelo Crivella, alcalde de Río de Janeiro y Jimmy Morales, presidente de Guatemala?
No me atrevo a dar un análisis político, pero sí creo que se asemejan en su línea neopentecostal y teocrática, que es similar a la de la derecha republicana de Donald Trump.
Este fenómeno, que se da en todo el continente americano, ¿podría darse en Europa?
Creo que no, porque no hay un sentimiento religioso profundo en los europeos ahora. En cambio sí hay uno -cristiano bien o mal entendido- en Estados Unidos y América Latina. Para que se dé un fenómeno político de este calibre tiene que haber un sentimiento religioso previo. Yo no lo veo. En Alemania misma están los 3 tercios: el católico, el evangélico, el no creyente. Podrían surgir, sí, aunque dudo que llegue a tener los porcentajes de nuestros países. Pero tienes otro fenómeno, el de la ultraderecha europea que tiene los mismos delirios fascistas o totalitarios de los neopentecostales. ¿Qué los diferencia de los musulmanes radicales o de los judíos radicales? Nada.
Por último, ¿cómo ve usted que el alcalde de Río de Janeiro recorte el presupuesto de su carnaval en un país donde el 26 por ciento de la población se declara evangélica?
Va a ser interesantísimo observar si pesa más lo que es tradición cultural que lo estrictamente religioso, bajo esa visión conservadora. Será interesante ver si logran la cuadratura del círculo de ciertos mexicanos evangélicos, que siguen siendo, fieles a su tradición cultural, devotos de la Virgen de Guadalupe.
Autora: Mirra Banchón (DZC)
*Sociólogo, politólogo y antropólogo, vicepresidente del Instituto de Estudios Social Cristianos, exministro de Estado de Perú