A bordo de un barco de rescate en el Mediterráneo
18 de febrero de 2020El sol brilla sobre el Mediterráneo, al oeste de Cerdeña. No sopla ni una brisa y apenas hay oleaje. La majestuosa calma solo se ve interrumpida ocasionalmente por el rugir de los motores. Pequeños botes de color naranja ensayan para un caso de emergencia. El objetivo es sacar gente del agua, reanimarla de ser necesario y llevarla en el menor tiempo posible a la nave madre, el Ocean Viking, el barco de rescate de SOS Méditerraée y Médicos sin Fronteras.
Desde el puente de comando, Nicholas Romaniuk dirige el ejercicio, en el que participan unos 24 socorristas, de 14 naciones. Romaniuk, de nacionalidad británica y canadiense, da instrucciones por radio a los grupos, de tres personas cada uno, que se encuentran en los botes. "Pongan el banano en el agua”, ordena a uno de los equipos. El "banano” es un cilindro, de unos 10 metros de largo, en cuyos costados hay cuerdas a las que pueden aferrarse docenas de personas en aprietos. Otros botes lanzan chalecos salvavidas rojos al agua y luego vuelven a recogerlos.
Otra vez se escucha la voz de Romaniuk, que esta vez advierte: "Diez metros delante del banano, una persona se está ahogando”. De inmediato, un pequeño bote da la vuelta y acelera rumbo al lugar señalado, con sus dos motores que suman 230 caballos de fuerza. Quien no se afirme, corre peligro de caerse al mar.
Cada segundo cuenta
"Cuando alguien se está ahogando, cada segundo cuenta”, explica Dragos Nikolae, uno de los rescatistas de mayor experiencia a bordo. Su tarea consiste, entre otras cosas, en subir a las personas del agua a uno de los pequeños botes. Todos los que viajan a bordo llevan un casco, un pantalón impermeable rojo y negro, un chaleco salvavidas al cuello y zapatos firmes. En un operativo real, los socorristas trabajan por lo general durante horas, muchas veces con mal tiempo.
El peor caso que recuerda Dragos Nikolae ocurrió en enero de 2018: "Cuando llegamos, ya había mucha gente flotando en el agua”, cuenta, y su rostro se entristece. Algunas personas habían perdido el conocimiento. "Para salvarlos a todos tendríamos que haberlos sacado del agua y llevado a la nave madre en pocos minutos”, dice, explicando que eso era físicamente imposible. "Una y otra vez saltaban personas del barco de migrantes al agua”, relata. Grandes olas y un viento tempestuoso dificultaron adicionalmente el rescate. Lograron salvar a muchas personas, pero no a todas.
Sin margen de improvisación
Dado que cada operación es asunto de vida o muerte, todo debe funcionar. Camino a las aguas internacionales frente a Libia, los equipos de rescate del Ocean Viking ensayan reiteradamente cada maniobra. Equipos médicos, con integrantes procedentes de Estados Unidos, Nueva Zelanda o el Congo, muestran a los demás cómo transportar a una persona inconsciente en camilla y como reanimarla.
Durante las operaciones realizadas en los botes, el equipo de SOS Méditerraée tiene el mando. Pero cuando los sobrevivientes llegan al "Ocean Viking”, Médicos sin Fronteras se hace cargo de ellos. Integrantes de ambos equipos prueban, por ejemplo, qué se debe hacer si se produce un incendio en el barco. Hay planes para cualquier eventualidad.
En algunos medios de comunicación o en las redes sociales a veces se les reprocha a los socorristas que, con su labor, incentivan a la gente a intentar la peligrosa travesía. Nicholas Romaniuk rechaza tales reproches. Afirma que los hechos los desmienten y subraya que durante largo tiempo no hubo barcos de rescate ante las costas de Libia, pese a lo cual mucha gente se puso en marcha hacia Europa por la peligrosa ruta marina. "Nosotros solo intentamos salvar vida humanas”, dice Romaniuk. Así piensan todos los que viajan a bordo del Ocean Viking.
(er/cp)
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