Chips en el cerebro

El científico alemán Moritz Grosse-Wentrup investiga en el Instituto Max Planck las conexiones entre el humano y la máquina, con el fin de que en un futuro chips implantados en el cerebro asuman funciones de la mente.

Imagen: : Max-Planck-Institut für Biochemie, Infineon Technologies

El brazo de un robot se extiende, movido exclusivamente por la voluntad humana. Posible lo hace una cápsula dotada de electrodos. Los electrodos miden los flujos cerebrales y transmiten la información a un ordenador, que reconoce la intención de quien maniobra y desplaza el brazo mecánico siguiendo sus deseos. A través de una pantalla supervisa Moritz Grosse-Wentrup el proceso.

En el Instituto Max Planck de Tubinga, en el sur de Alemania, investiga Moritz Grosse-Wentrup la interrelación cerebro-ordenador, un campo llamado BCI por sus siglas en inglés. No busca sólo corroborar la teoría, cuenta el científico de 33 años, sino también encontrar para ella aplicaciones prácticas. Los sistemas BCI pueden ser útiles, por ejemplo, cuando pacientes han sufrido una embolia y perdido el control sobre partes de su cuerpo.

En algún momento, Grosse-Wentrup y sus colegas esperan ser capaces de sustituir regiones dañadas del cerebro por chips que lleven a cabo sus funciones.

Moritz Grosse-Wentrup:

“Aún estamos bastante lejos de conseguir eso. Pero hay grupos de investigación que ya están probando en ratas el suplantar la memoria a largo plazo por chips. Creo que tendrá que pasar todavía tiempo antes de que podamos ayudar con esta tecnología a quien ha padecido una embolia, pero en un plazo de 20 a 50 años será una realidad”.

Otros usos, como el implantar chips en cerebros sanos para que la persona, por ejemplo, hable un idioma extranjero, no los considera Grosse-Wentrup probables.

Con su cabello rubio y sus vivos ojos, el investigador aparenta menos edad de la que tiene. Hasta llegar al Max Planck pasó por varias escalas: nació en Münster, en el noroeste alemán, estudió en la Universidad Técnica de Múnich, en Baviera, y más tarde en la Universidad de Maryland, en Estados Unidos. Sus ramas: la electrónica y la filosofía. Una combinación sorprendente pero en opinión de Grosse-Wentrup no contradictoria:

Moritz Grosse-Wentrup:

“El ingeniero quiere crear algo tangible. El filósofo lo cuestiona todo. Mezclar ambas disciplinas es increíblemente interesante, porque hace que te preguntes por aquellas cosas que la ingeniería da por sobreentendidas, y así es como descubres nuevas posibilidades”.

En principio, Grosse-Wentrup planeaba dedicarse a la construcción de máquinas inteligentes, pero su trabajo actual le gusta porque le permite practicar la medicina y la investigación al mismo tiempo.

Para el común de los mortales, estudiar los puntos de encuentro entre humano y el robot roza la ciencia ficción. Sin embargo, en relación con esto no son los aspectos tecnológicos los más fascinantes, dice el científico.

Moritz Grosse-Wentrup:

“Hay una película con Robin Williams, El hombre bicentenario, que trata de qué hace a un ser humano. El que un robot trate de ser aceptado como persona es algo que despierta mi curiosidad. ¿Qué es la inteligencia, qué es la humanidad?”

No obstante, Grosse-Wentrup ha evitado la robótica a lo largo de su carrera profesional. El cerebro humano y sus capacidades le resultan mucho más atractivos. La indagación en este campo es importante, sostiene, porque sobre la mente humana se sabe aún demasiado poco. Y a investigar siempre quiso dedicarse.

Moritz Grosse-Wentrup:

“Tenía dudas de que fuera realista y me planteé centrarme en la ingeniería, pero investigar siempre fue mi sueño”.

Anclado en una zona muy verde, el Instituto Max Planck de Tubinga es para Grosse-Wentrup el perfecto lugar de trabajo.

Moritz Grosse-Wentrup:

“Tubinga es idílica y el ambiente en el Max Planck muy internacional pero a la vez tranquilo, de manera que te puedes concentrar en estudiar y en las cosas que parecen importantes”.

También la cercanía al hospital clínico de este Estado es una ventaja, ya que con él colabora estrechamente el instituto: trabajo conjunto del que han surgido unos instrumentos médicos que facilitan la psicoterapia de los pacientes que se recuperan de un ataque cerebral.

Tubinga ostenta gran actividad en el ámbito de las neurociencias integrativas. El intercambio entre las disciplinas es constante. En medio de tanto frenesí investigador, ¿puede un científico desconectar?

Moritz Grosse-Wentrup:

“Depende. El tiempo que paso investigando no es equivalente al que paso en el instituto. En el instituto yo diría que estoy cada día de ocho a nueve horas, pero los temas no dejan de dar vueltas en tu cabeza, así que es difícil trazar ahí una línea divisoria”.

Para relajarse, Moritz Grosse-Wentrup toca el piano y organiza conciertos en el Instituto Max Planck. A la música tampoco le hubiera importado dedicarse. Pero a fin de cuentas se alegra de haber optado por la ciencia.

Moritz Grosse-Wentrup:

“Totalmente. Yo investigo porque me apasiona, para ganar mucho dinero hubiera hecho otra cosa. Espero dedicarme a esto durante el máximo tiempo posible, cambiando de tema en función de lo que me interese”.

… que en estos momentos y seguramente durante los próximos años es y será el cerebro humano: un misterio que, pese a los esfuerzos de Grosse-Wentrup y sus colegas, continúa sin descifrarse.

Autor: Robina Ziphora/ Luna Bolívar

Editor: Enrique López Magallón